Las recompensas de confiar en Dios

Capítulo 8
Las recompensas de confiar en Dios
Pablo dijo que la fe es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). La fe, entonces, es la medida de nuestra confianza en Dios. Para medir nuestra confianza en Dios, sólo hay que decidir cuánto tiempo estamos dispuestos a esperar las bendiciones que él promete. También podemos medir esa confianza decidiendo cuántas y de qué tamaño son las pruebas de la vida que estamos dispuestos a aguantar (véase la página 18). Podemos ilustrar eso dando un ejemplo de cada una de estas medidas de fe y confianza.
El primer relato se refiere al principio del diezmo. Los casos que usualmente escuchamos sobre este principio casi siempre hablan de alguna demostración milagrosa de mejoría económica dentro de un plazo corto, que compensa por el diezmo que se ha pagado, es decir, el converso recibe un ascenso en el trabajo cuando empieza a pagar el diezmo, o le pagan un dinero que ya había dado por perdido, etc., etc. Hay una mejora drástica en la situación financiera. Tales bendiciones son consecuencia legítima de la bien conocida promesa que se encuentra en Malaquías 3:10. Pero, ¿qué pensaremos de la persona que paga diezmos y, que sin hacerse rica materialmente, sigue fiel hasta el fin de su vida? ¿Acaso debemos confiar en Dios solamente cuando nos contesta como queremos que nos conteste? ¿Habrá recompensas que a veces no captamos? ¿Entendemos bien que Dios bendice de muchas maneras?
El siguiente relato es sobre una situación así. Comienza a principios de este siglo. Ana tenía unos veintidós años v vivía con su madre viuda en una casita que rentaban en el sur de Inglaterra. Ellas dos y el novio de Ana habían ingresado a la Iglesia ya hacía uno o dos años; pero en esos días no se enseñaba a los investigadores todo lo que se les enseña ahora y. en todo caso, no se le daba al diezmo todo el énfasis que justamente se le da hoy día. Estas mujeres habían oído algo sobre el diezmo, pero nada más. Vivían en circunstancias muy pobres, y dependían de los raquíticos ingresos que Ana recibía por su trabajo arduo y prolongado en una fábrica, y por la ropa que lavaban las dos en casa, que, por supuesto, lavaban a mano en aquel tiempo. ''Estaban seguras" de que no tenían dinero para pagar el diezmo. Una tarde vino a verlas una mujer que había vivido en la región y había emigrado a Utah, y ahora se encontraba de visita en el país. Mientras hablaban de la Iglesia y lo que ésta representaba para ellas, llegaron al tema del diezmo, y la mujer les dio su testimonio de ese principio. Sonaba muy bonito, pero ¿cómo podían ellas dar la décima parte de sus ingresos tan reducidos e inseguros? "Nosotras no podemos pagar el diezmo", dijeron Ana y su madre. La visitante reaccionó en forma sorpresiva. "No me digan que no pueden pagar el diezmo", les dijo, alzando la voz y golpeando la mesa con el puño. "Lo que sí no pueden es vivir sin pagar el diezmo. Confíen en la promesa del Señor, y nunca lo van a lamentar".
El desafío estaba claro, y las dos mujeres le hicieron frente. Pusieron como alcancía para el diezmo una lata con tapadera, y ahí echaban el diezmo cada vez que les pagaban. No se produjo ningún cambio repentino en su nivel de vida, ni tampoco en sus ingresos; mas al pasar las semanas y los meses, comenzaron a ver en operación las matemáticas del Señor, que de algún modo hacía que el noventa por ciento del dinero alcanzara para lo que antes necesitaban el cien por ciento.
Al casarse Ana y su novio, continuaron la práctica del diezmo toda su vida. Los tiempos seguían duros y además sostenían a la madre viuda, pero poco a poco las cosas fueron mejorando. Luego se cambiaron del barrio pobre en que vivían a una casa un poco mejor, rentada, claro. Nunca alcanzaron la prosperidad, ni pudieron ahorrar nada, pero la pareja crió a tres hijos, pagó sus deudas y ayudaron a edificar el reino.
Con los años llegaron hasta Utah, ya en su ancianidad. Al morir. no dejaron propiedades; nunca tuvieron casa propia. No obstante, siempre se sintieron muy bendecidos, y dieron fuerte testimonio del principio del diezmo y de la confianza en las promesas del Señor. Sus tres hijos, actualmente
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abuelos, son activos en la Iglesia, siempre han sido pagadores fieles del diezmo y han enseñado a sus hijos el mismo principio.
Esta historia sencilla y profunda a la vez, sin duda se ha repetido miles de veces entre los miembros de la Iglesia en el mundo entero. Siento la impresión de que esas personas, ayudando a edificar el reino han sido bendecidas de manera que no entendemos. Maneras desconocidas y a un plazo que tal vez incluya la otra vida, y eso por haber puesto su confianza en las promesas del Señor.
Sabemos que debemos pagar el diezmo con la actitud correcta sin que nos duela, y sin el espíritu de probar a Dios. Hemos de recordar que el Señor y su reino sobre la Tierra no necesitan los diezmos tanto como nosotros necesitamos las bendiciones. Dios bien podría revelar la localización de vetas de oro, esmeraldas, diamantes, o yacimientos de petróleo, e indicar exactamente dónde se debía perforar para que la Iglesia se enriqueciera. Pero esa no es la manera del Señor. Su decreto divino es que nosotros individualmente obtengamos las bendiciones, y no como nosotros suponemos sino como Él lo tiene diseñado. Y el modo en que podemos ser bendecidos, individualmente es viviendo los mandamientos, confiando en Él, y sin poner condiciones.
Muchos fieles que pagan diezmos dan testimonio de las bendiciones que han recibido por obedecer este mandamiento. Cuando en verdad confiamos en el Señor, dando el diezmo con puntualidad y exactitud, diezmando nuestro salario en cuanto lo recibimos, o nuestras ganancias en cuanto se producen, las bendiciones usualmente llegan con la misma puntualidad. Por otra parte, si esperamos hasta ver si nos sobra algo para entregar el diezmo (sin confianza verdadera en el Señor), vemos que rara vez, si acaso, nos sobra algo. Satanás y las circunstancias se encargan de que así sea.
Mi segundo relato que ilustra la magnitud de la confianza en Dios, es sobre las colonias mormonas de Chihuahua, México, durante los tiempos de Pancho Villa. Para apreciar bien la medida de esta prueba, hay que tener en mente que en el tiempo de la Revolución Mexicana las colonias eran un blanco lógico y seguro para Villa, donde pudo haber desahogado su odio hacia los norteamericanos y a la vez aprovisionarse de víveres. También recordemos que uno de los reflejos humanos naturales es el de huir o defenderse.
Pancho Villa fue el jefe de un grupo revolucionario que estaba en guerra con otros grupos políticos mexicanos, siendo uno de ellos el Gobierno Federal de Carranza. Los Estados Unidos ayudaron a los federales permitiéndoles viajar por el lado norteamericano de la frontera para caer sobre la retaguardia de las fuerzas villistas, causándoles serios daños. Esta ayuda de los Estados Unidos provocó que Villa tomara represalias contra los "gringos" que estaban más a la mano. Atacó varias ciudades del lado norteamericano de la frontera y mató gente. Luego regresó a México, todavía furioso y decidido a matar a todos los "gringos" que se topara. En el camino quedaban las colonias mormonas, donde para Villa todos eran "gringos", y planeaba arrasar con ellos.
A continuación tomo el resto de la historia de lo que pasó del diario de un testigo, W. Ernest Young:
Villa estuvo unos dos días en el rancho de Corralitos, al norte de las colonias, y ahí ejecutó a varios mexicanos nada más porque trabajaban para una compañía norteamericana. Yo conocí a dos de ellos: los hermanos Pavela, dos jóvenes bien parecidos. Contando los mineros norteamericanos de Santa Isabel y Minaca, y varios rancheros que los revolucionarios encontraron cuando iban a Columbus, Nuevo México, y veinticuatro que mataron en Columbus, ya habían muerto unos cuarenta norteamericanos.
En Washington, el presidente Woodrow Wilson estaba negociando con el Gobierno mexicano para castigar a Villa de algún modo. Revisaron un tratado que se había firmado para castigar a los apaches, cuando Jerónimo anduvo haciendo estragos en ambos lados de la frontera, en la década de 1880. El acuerdo concedía a ambos gobiernos el derecho de cruzar la línea divisoria si era asunto de perseguir a los indios. Por lo tanto, se nombró al general John J. Pershing para entrar a México con una expedición de unos quince mil soldados, con la restricción de que no usaran las vías del ferrocarril, ni entraran en ninguno de los pueblos.
La Presidencia de la Iglesia se había comunicado desde Lago Salado con Phillip H. Hurst, en El Paso, para inquirir sobre los peligros que pasaba nuestra gente, sobre todo la que vivía en Dublán, 47
Chihuahua. Fue entonces que supimos del ataque de Villa a Columbus, en Estados Unidos. El presidente Anthony W. Ivins, conociendo la región en México y habiendo viajado por esos caminos muchas veces, sabía lo que podía pasar, pues los revolucionarios ya habían matado a rancheros indefensos.
Con tan escasa o ninguna comunicación, los mormones de Dublán quedamos a merced de nuestro propio juicio en cuanto a lo que debíamos hacer. El presidente de la estaca, Joseph C. Bentley, estaba en Colonia Juárez, a una distancia de veinte kilómetros. Si acaso dio instrucciones sobre lo que debíamos hacer, el obispo Anson B. Call no nos las comunicó y, además, ¿cómo podíamos saber los planes de Villa? Era un asunto grave, y teníamos mucho temor. El obispo Call reunió a los hombres de Dublán en el centro del pueblo, donde están las tiendas. Sus consejeros, Nefi Thayne y yo, estábamos con él. Se expresaron dos opiniones: huir a la sierra, o ir a solicitar la ayuda de la pequeña guarnición militar de Nuevo Casas Grandes. El obispo Call, siendo nuestro líder, tenía derecho a recibir la inspiración, y nos dijo que volviéramos a nuestros hogares, apagáramos todas las luces y nos recogiéramos, con fe en que el Señor contestaría nuestras oraciones.
Villay su ejército salieron de Corralitos hacia la medianoche. Llegaron a la orilla norte de Dublán como a las 3:00 a.m. y ahí se detuvieron. Villa comentó que de seguro Carranza había enviado más soldados para defender la plaza. Sus subalternos contestaron que no había razón para suponer eso.
Pero Villa insistió, y juró que el lugar estaba ocupado por refuerzos, y que se veían las luces, etc. Eso es lo que los dos lugareños que yo conocía testificaron haberle oído decir a Villa, pero ellos personalmente no vieron ejército o actividad militar alguna. Maximiano Rubio y Roberto Salgado eran personas respetables, y su testimonio, fidedigno. Varios de nosotros los oímos testificar; yo los conocía y sabía que eran de Colonia Juárez; también los conocía Alma Walser (padre de la hermana Helen Walser Wells, esposa del autor) y Joseph F. Moffett, quienes oyeron su testimonio. Se ha dicho que algún pasto en llamas pudo haberse reflejado en las ventanas de las casas, pero en marzo la tierra está muy seca, y cualquier fuego hubiera estado demasiado lejos para hacer efecto.
Fueron muchas las oraciones que se elevaron, en muchas partes, y el presidente Anthony W. Ivins estuvo orando y ayunando en el Templo de Lago Salado. Casos bíblicos dan testimonio de la intercesión divina. En este caso Pancho Villa desvió su curso, ordenando a sus hombres que siguieran hasta otro pueblo, a unos veinte kilómetros hacia el sureste. El 22 de marzo, el obispo Anson B. Call presidió una Asamblea de Acción de Gracias, en Dublán, para dar gracias al Todopoderoso por su intervención divina (Copyright 1973, Walter Ernest Young. Usado con permiso).
Ahora que todo ha pasado a la historia, es fácil ver que ocurrió un milagro. Pero tratemos de imaginarnos a nosotros mismos esa noche en las calles de Dublán. ¿Hubiéramos seguido el consejo del obispo? El titubeó por un largo rato y luego dijo tranquilamente: "Me voy a casa, a orar. Luego, mi familia y yo apagaremos la lámpara y nos iremos a acostar". Hubo varias protestas. Unos querían huir y otros querían tomar una postura militar, pues ya estaban cansados de las molestias a manos de la expedición norteamericana, y ahora, también de los mexicanos. Pero un alma tranquila se puso de pie y anunció: "Yo voy a seguir el ejemplo del obispo. Me voy a casa a tener la oración familiar, y luego apagaré la lámpara y me iré a dormir". Uno por uno, los demás determinaron que lo mejor era seguir al obispo. Fue una prueba de fuego, pero su confianza se vio recompensada.
Cabe decir aquí que Dios trabaja misteriosamente cuando confiamos en Él y muchas veces ni sabemos cómo nos recompensa por esa confianza. En esa ocasión no sólo protegió de Pancho Villa a los miembros en Chihuahua, sino que obró en ese guerrillero para que en vida escuchara el mensaje del evangelio, y lo aceptara, aunque no tuvo la oportunidad de bautizarse. Sin embargo, años después se hizo la obra por él en el templo.
Sucedió que en 1919 el hermano James Elbert Whetton y el presidente Joseph T. Bentley, de la Estaca de Juárez, iban a la sierra a visitar a unos miembros, cuando en el camino unos soldados de Villa los tomaron prisioneros. Pasaron la noche detenidos pero a la mañana siguiente fueron invitados a desayunar con el jefe del grupo "y otro caballero de tez más blanca". Este caballero —que al fin se identificó como el general Felipe Ángeles, un militar de carrera y de renombrada habilidad y educación formal, y que en la Revolución fue el consejero de Villa de más confianza— hizo muchas preguntas
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sobre los mormones. El general Villa también escuchó con mucho cuidado, especialmente cuando el general Ángeles le presentó formalmente a los dos mormones. "Siempre he admirado a los mormones", dijo Villa. "Son trabajadores y buena gente, y no son entrometidos". El general Angeles dijo entonces: "General Villa, por mi parte yo quisiera que toda la República se hiciera mormona. Cuando esta Revolución termine, yo pienso unirme a los mormones, si se da la oportunidad". El general Villa dijo enseguida: "¿Por qué no me habían explicado estas cosas antes? Esta es la primera vez que entiendo de sus enseñanzas. Si yo hubiera sabido esto antes, este Pancho Villa hubiera sido diferente. ¿Acaso es posible que un hombre como yo pueda entrar a la Iglesia Mormona?"
Villa permitió que los hermanos Whetton y Bentley siguieran su viaje, y al despedirlos les dio un fuerte abrazo. Al poco tiempo, el general Ángeles fue capturado y fusilado por los federales. A Villa lo asesinaron en 1923, después de haberse retirado de las armas.
El presidente Bentley, impresionado por la sinceridad del general Angeles y la del famoso guerrillero, solicitó a la Primera Presidencia de la Iglesia que se hiciera la obra del templo por ellos, pero las cosas ahí quedaron.
Los años pasaron. Murió el presidente Bentley y el hermano Whetton envejeció. Una noche le apareció Doroteo Arango, el hombre que en vida fue conocido como Pancho Villa.
"¿Me conoces?", le pregunto Villa.
- Sí.
- Tú me dijiste que si algún día podías hacer algo por mí, lo harías. Tú eres el único que puede ayudarme. Quiero que hagas la obra del templo por mí.
El hermano Whetton escribió a la Primera Presidencia, en Lago Salado, y su petición fue aceptada. Después de completar los datos genealógicos, Doroteo Arango fue bautizado vicariamente el 25 de febrero de 1966, en el Templo de Arizona. El mismo hermano Whetton completó la obra de la investidura por el general Villa, unos días después. También fue hecha la obra por el general Ángeles (Church News, Nov. 11,1967, p.5. Usado con permiso).
Ejemplos tan dramáticos de nuestra confianza en Dios, se dan continuamente en el campo misional. Enviamos miles de misioneros al año, suficientes para mantener constantemente en el campo más de treinta mil. Únicamente una Iglesia que requiere todo del individuo puede hacer eso. Sólo un pueblo motivado por el Espíritu y un amor puro. estaría dispuesto a hacer ese sacrificio constante, y prácticamente sin murmurar. Solamente un pueblo como el nuestro está dispuesto "A donde me mandes iré", como dice el himno número 175. Todas las palabras de ese himno son una inspiración para los miembros, y merecen estudiarse. No se nos pregunta: "Juan, ¿a dónde te gustaría ir a la misión, y cuánto tiempo quieres estar?'" En lugar de eso se nos dice: "Juan, eres llamado a cumplir una misión en Sudáfrica, por dos años". O tal vez se le llame a Buenos Aires, o a Guatemala o a Brasil o a Japón. No se le pide opinión sobre el lugar, o cuánto tiempo. A veces el llamamiento se antoja irrazonable, pero casi invariablemente el tiempo confirma la inspiración del llamamiento, como podemos ver en la siguiente experiencia.
Dos misioneros sintieron la impresión de que debían detenerse en cierta casa y tocar el timbre. Normalmente, cuando la persona abre la puerta, los misioneros ya saben lo que van a decirle. Pero esta vez, cuando la señora les abrió, se quedaron callados, sin poder decir una palabra. Ella vio al primero, luego al otro, y una y otra vez, y entonces dijo: "Sí, ustedes son. Los he estado esperando; pasen, por favor": Ya adentro, les explicó: "Yo los vi a ustedes en un sueño que tuve hace dieciséis años; nunca se me ha olvidado. Al pasar los años, han venido a mi puerta otros jóvenes con camisas blancas, pero yo los estaba esperando a ustedes. Ustedes son los que traen un mensaje para mí, ¿qué debo hacer?". Ella se bautizó a las pocas semanas.
Cuando uno de estos misioneros volvió a ver a su presidente de misión, le preguntó: "¿Presidente, por qué me mandó a la ciudad fulana?".
El presidente de misión contestó: "En realidad no lo sé. Pero eso es lo que el Espíritu indicó".
Luego el misionero preguntó: "¿Y por qué me asignó a trabajar con ese compañero?". 49
Y otra vez el presidente contestó que no había ninguna razón en particular, salvo que parecía ser lo correcto, de acuerdo con el Espíritu. El misionero le contó su experiencia, y añadió: "Presidente, ¿se da cuenta de que yo tenía dos años de edad cuando ella me vio tal como soy ahora? ¿Se da cuenta de que, si usted hubiera asignado a otros elderes a esa área, ella no se hubiera bautizado, porque nos estaba esperando a nosotros? Presidente, ¿qué hubiera pasado si mi novia me hubiera convencido de que nos casáramos, o si el entrenador me hubiera convencido de aceptar la beca para jugar en el equipo de la universidad? Yo no hubiera estado aquí, y ella no hubiera entrado a la Iglesia".
Claro está que se equivocaba al pensar que el Señor deja las cosas al azar. En su conocimiento anticipado infinito, Él supo lo que pasaría, y preparó todo sin interferir con el libre albedrío (véase Alma 13:3-7). Pero las palabras del misionero ilustran la conveniencia de confiar en el Señor.
Como misioneros, parte del tener confianza en el Señor incluye creer que hay una obra especial para hacer en cada área a la que el presidente de misión nos asigna. Es la misma confianza que se ejerce al aceptar el llamamiento. Cada misionero tiene una cita con el destino, que él mismo escogió antes, para cumplir la misión a la que es llamado.
Un misionero europeo pensaba que sería llamado a servir en una misión europea. Hablaba varias lenguas escandinavas y un poco de inglés. Otros misioneros de su país habían sido llamados a servir en su país natal o en países vecinos. Pero para su gran sorpresa, cuando abrió la carta del Profeta con el sello de Lago Salado, se enteró de que iría a un país sudamericano. Confiaba en el Señor que había una razón especial para que él fuera el primero de su país en ir tan lejos y tener que aprender un idioma totalmente desconocido. Fue enviado al Centro de Capacitación Misional de Provo, y de ahí a Sudamérica. Tras de unos cuantos meses con un compañero norteamericano, el presidente de misión lo asignó a trabajar con un compañero latino. La idea era, en parte, ayudar a que el misionero europeo aprendiera mejor el español.
En la primera semana que estuvieron juntos, pasó algo extraño. Fueron al correo para enviar sus cartas, y el compañero europeo notó que el latino pedía estampillas para enviar a Europa la carta dirigida a sus padres; y no sólo eso: también vio que el domicilio de los padres de su compañero latino estaba en la misma ciudad en que vivían sus propios padres. ¡Qué coincidencia! Al preguntar, se enteró que los padres del misionero sudamericano eran exiliados políticos y se habían ido a vivir a Europa. No eran miembros. Los padres del compañero europeo sí eran miembros de la Iglesia, y vivían a poca distancia de los padres del misionero sudamericano. Pronto se hicieron arreglos para que los padres que eran miembros visitaran a los no-miembros y los invitaran a su casa, a la Iglesia, etc. En poco tiempo llegó de Europa la buena noticia de que los padres del misionero sudamericano ingresaban a la Iglesia. ¡Qué inspiración! El profeta no sabía por qué estaba llamando a un sueco a servir en Chile. El presidente de misión no sabía que los padres del misionero chileno estaban en Suecia. ¡Únicamente el Señor puede hacer esas cosas!
Una encantadora jovencita había sufrido un trágico accidente. Aunque era muy bonita, sufría de parálisis en parte de la cara. Sus amigos y su familia casi no lo notaban, pero ella se sentía insegura y con complejo de inferioridad. Temía que nunca se casaría. Llegó el tiempo en que tuvo la edad suficiente para salir a la misión. Ella sentía que ayudar a otros era una manera de servir al Señor. En su solicitud misional no había ninguna indicación de que tuviera esa parálisis facial, ya que eso no afectaba su capacidad para servir; y la fotografía de su rostro en reposo reflejaba la bella joven que todos veían en ella.
El Profeta le asignó a servir en una misión sudamericana. Al llegar a la Casa de Misión, se enteró de que la esposa del presidente de misión había sufrido exactamente el mismo mal desde su juventud. Vio que había vencido los sentimientos de inferioridad, la falta de confianza en sí misma y todos los otros complejos que se había formado en su juventud, y que había organizado su vida lindamente. Y era obvio que había encontrado un buen hombre como esposo, y criado una hermosa familia, y ahora cumplían juntos una segunda misión. Era feliz y segura de sí misma. Eso ayudó a la joven misionera a adquirir seguridad, esperanza y fe en el futuro. También supo que su asignación a esa misión no había sido coincidencia.
Hay un hombre de negocios, miembro de la Iglesia, que de cuando en cuando viaja en avión. Su técnica misionera personal consiste en sentarse y decirle a su compañero de asiento: "Hola, ¿sabe usted quién soy 50
yo?".
El desconocido normalmente contesta: "No, ¿quién es usted?".
Entonces el miembro de la Iglesia le dice: "Soy tal vez la única persona que usted conozca, que le puede decir cómo salvarse del divorcio si mueren usted o su esposa".
Eso es atractivo suficiente para iniciar una larga conversación, que regularmente dura hasta que llegan a su destino, y a veces hasta el bautismo.
Esa historia nos hace ver la perspectiva correcta que ese hombre de negocios tiene de las cosas, y su confianza en el Señor. El sabe que José Smith dijo la verdad. Eso lo lleva a la conclusión de que todas las llaves, potestades, dominios, tronos y glorias son consecuencia lógica de aceptar el evangelio restaurado. El confía en que Dios sostiene todas las cosas que son eternas. Todas las pruebas y dificultades de la mortalidad, como también todas sus bendiciones, son experiencias transitorias, parte de los gozos y pesares que constituyen el estado mortal, aunque pueden tener efectos duraderos. Los misioneros que perseveran en su confianza en el Señor, gradualmente llegan a ver la recompensa tangible, a veces dramática, de sus labores. Este hombre de negocios misionero, posee una perspectiva correcta del mundo, gracias a su confianza en el Señor. Participa del espíritu de Doctrina y Convenios, sección 128:19-23.
Ahora, ¿qué oímos en el evangelio que hemos recibido? ¡Una voz de alegría! Una voz de misericordia del cielo, y una voz de verdad que brota de la tierra; gozosas nuevas para los muertos; una voz de alegría para los vivos y los muertos; buenas nuevas de gran gozo. ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies de los que traen alegres nuevas de cosas buenas, y que dicen a Sión: ¡ He aquí, tu Dios reina! ¡Como rocío del Carmelo descenderá sobre ellos el conocimiento de Dios!
Y además, ¿qué oímos? ¡Alegres nuevas de Cumorah! Moroni. un ángel de los cielos, declarando el cumplimiento de los profetas: el libro que había de ser revelado. ¡Una voz del Señor en el yermo de Fayette, Condado de Séneca, dando a conocer a los tres testigos que darían testimonio del libro! ¡La voz de Miguel, en las riberas del Susquehanna, discerniendo al diablo cuando se apareció como ángel de luz! ¡La voz de Pedro, Santiago y Juan en el yermo despoblado entre Harmony, Condado de Susquehanna, y Colesville, Condado de Broome, en las márgenes del Susquehanna, declarando que poseían las llaves del reino y de la dispensación del cumplimiento de los tiempos!
¡Y además, la voz de Dios en la alcoba del anciano papá Whitmer, en Fayette, Condado de Séneca, y en varias ocasiones y en diversos lugares, en todas las peregrinaciones y tribulaciones de esta Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días! ¡Y la voz de Miguel, el arcángel; la voz de Gabriel, de Rafael y de diversos ángeles, desde Miguel o Adán, hasta el tiempo actual, todos ellos declarando su dispensación, sus derechos, sus llaves, sus honores, su majestad y gloria, y el poder de su sacerdocio; dando línea sobre línea, precepto tras precepto; un poco aquí, y otro poco allí; consolándonos con la promesa de lo que ha de venir en lo futuro, confirmando nuestra esperanza!
Hermanos, ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto! ¡Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al Rey Emanuel que, antes de existir el mundo, decretó lo que nos habilitaría para redimirlos de su prisión; porque los presos quedarán libres!
¡Griten de gozo las montañas, y todos vosotros, valles, clamad en voz alta; y todos vosotros, mares y tierra seca, proclamad las maravillas de vuestro Rey Eterno! ¡Ríos, arroyos y riachuelos, corred con alegría! ¡Alaben al Señor los bosques y todos los árboles del campo; y vosotras, rocas sólidas, llorad de gozo! ¡Canten en unión el sol, la luna y las estrellas del alba, y den voces de alegría todos los hijos de Dios! ¡Declaren para siempre jamás su nombre las creaciones eternas! Y otra vez digo: ¡Cuan gloriosa es la voz que oímos de los cielos, que proclama en nuestros oídos gloria, salvación, honra, inmortalidad y vida eterna; reinos, principados y potestades!"
Este glorioso mensaje debería encender la motivación de todo santo de los últimos días que tiene fe y confianza en el Señor. 51
Quien quiera cosechar las recompensas de confiar en el Señor, primero debe aprender a confiar. Yo creo que la mayoría de la gente se portaría mejor si tan sólo supiera cómo. Quizás necesitamos esforzarnos más para enseñar a los demás cómo mejorar, en lugar de criticarlos. Eso es lo que he tratado de hacer con este libro. He procurado explicar, por ejemplo, cómo funciona la confianza entre el banquero y el solicitante de un préstamo. Pienso que esa analogía puede ser de utilidad a todos si consideran que las cosas temporales, vistas a la luz de la verdad. son también cosas espirituales. Las mismas acciones, creencias y actitudes que nos harían mejores candidatos para un préstamo, nos harán discípulos de Jesús dignos de mayor confianza. Si incrementamos nuestro carácter, nuestra capacidad, nuestro capital y nuestro autodominio, también aumentaremos esas características en nuestra esfera espiritual. Yo sólo sugiero que recordemos esta analogía y tratemos de aplicarla, para que podamos vivir con mayor seguridad, y podamos confiar en el Señor de todo corazón.
Si es así, seremos dignos de confianza.

2 comentarios:

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