Carácter digno de confianza

Capitulo 4
Carácter digno de confianza
A través de mis años de experiencia como encargado de préstamos en un banco, me di cuenta de que las personas son dignas de confianza si viven de acuerdo con su código moral. Claro que ese código debe ser aceptable para los propósitos del banco, los cuales son la recuperación del dinero prestado, incluyendo los intereses. El ser leal a su propio código es de primordial importancia; sin eso no hay ni integridad ni paz en el alma. El presidente David O. McKay lo ilustró con un relato, hace muchos años, en una conferencia general:
"La fortaleza y el desarrollo del carácter dependen del vivir nuestra vida en armonía con nuestro testimonio; y un hombre requiere carácter para vivir sus ideales. Un ejemplo de lo que quiero decir es la historia de dos jóvenes, estudiantes mormones. A ellos se les había enseñado que debían valorar la castidad tanto como la vida misma. Uno de ellos observó que entre sus compañeros de estudio no-miembros había poco respeto por las normas morales y, después de asociarse con ellos por unos meses, comenzó a aceptar sus normas y a dudar de las que había aprendido en su hogar. Un día, le dijo a su compañero mormón el cual era mayor que él: "Esta noche voy a salir con ellos".
"Vale más que no lo hagas", le dijo su compañero.
"¿Por qué no?, -dijo él - ellos se divierten de lo lindo, toman alcohol, fuman y disfrutan de la vida, mientras nosotros estamos restringidos. Ellos estudian y sacan tan buenas calificaciones como nosotros. Voy a salir con ellos. No estoy tan seguro de que nuestros ideales sirvan de mucho".
El compañero de más edad se le acercó, y poniéndole la mano en el hombro, le dijo: "Puede ser que ellos vayan bien en las clases, y que hagan impunemente todo lo que dices, pero tú no puedes hacerlo".
. -¿Por qué no?
- Porque tú sabes algo que ellos no saben. Y una vez que traiciones tus ideales, tu carácter se habrá manchado.
Esa fue la mejor lección que recibió en la universidad, y me da gusto que la haya aprendido y vivido (Conference Report, October, 1918, pp.137,138).
El carácter se define como la suma de nuestros atributos personales. Esos atributos se hacen evidentes por la manera en que vivimos nuestra vida. Nosotros nos medimos a nosotros mismos mediante esos atributos, y otros también nos miden. Lo que hacemos y decimos revela más sobre nuestro carácter que lo que otros puedan decir sobre nosotros. Nuestro carácter gobierna la manera en que hablamos, la manera en que actuamos y pensamos. Lo que los demás perciben en cuanto a nuestras palabras y acciones, y lo que dicen sobre ellas, constituye nuestra reputación.
Frecuentemente confundimos carácter con reputación. La reputación no es más que la opinión que los demás tienen de nosotros, y puede ser mejor o peor que nuestro carácter. El carácter es algo interno. Solamente el Señor puede evaluar verdadera e imparcialmente todos los factores y hacer la suma total. Los seres mortales pueden hacer únicamente juicios parciales basados en tales cosas como la conducta profesional, el pago puntual de las deudas, el respeto por los derechos de otros, los hábitos personales, incluyendo el de la bebida y los juegos de azar, etc. En realidad, es posible que una persona tenga buena reputación simplemente porque nunca se ha visto presionada por la adversidad o la tentación. Tal vez era eso lo que Salomón tenía en mente cuando dijo: "Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece por su justicia, y hay impío que por su maldad alarga sus días" (Eclesiastés 7:15). Aun cuando definamos el carácter, no lo podemos medir o evaluar con exactitud o justicia, ni siquiera con nuestros más íntimos asociados.
Entre los pensamientos favoritos de mi esposa sobre el carácter, hay uno que dice: "El carácter es la voluntad de cumplir nuestras resoluciones, aunque ya haya pasado el entusiasmo del primer momento".
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Ella ha usado a menudo este pensamiento en discursos con los misioneros. Entre , mis apuntes hay otro que dice: "Son los pensamientos del hombre lo que determina su acción en tiempos de oportunidad o presión. Nuestra reacción ante nuestros impulsos y apetitos indica la medida de nuestro carácter. El carácter está relacionado con la fuerza de una persona para gobernar sus propias acciones o rendirse en servidumbre ante fuerzas internas o externas".
El banquero enfrenta un desafío al valorizar el carácter de un cliente. La manera acostumbrada consiste en la recopilación de datos a partir de fuentes tales como otros bancos, agencias de información sobre crédito, competidores, otros negocios que también le proporcionan crédito al cliente, etc. De ahí se forma una imagen compuesta a partir de esa compleja mezcla de historia personal, rasgos y cualidades. En realidad, el banquero está tratando de identificar los riesgos morales. ¿Será el cliente honrado en verdad y usará los fondos para el propósito declarado, o tomará el dinero y cambiará su domicilio a las islas Bahamas o el Brasil? ¿Hará el cliente todo lo que pueda para pagar el préstamo, sin importar el sacrificio personal, o se olvidará de su compromiso si se enfrenta a algún desastre, la "mala suerte" o el infortunio? Lo que el banquero quiere es descubrir la historia del cliente en cuanto a sus intenciones y disposición de cumplir, para así poder proyectar su comportamiento futuro. El banquero toma la peor perspectiva: inflación, altas tasas de interés, nuevos competidores, y todos los otros factores de la economía, tanto nacional como internacional, y luego analiza el carácter del cliente al hallarse bajo presión. Pero por más objetivo que trate de ser, hasta cierto punto siempre tiene que depender de su juicio personal.
¿Puede el banquero juzgar y evaluar al cliente usando solamente sus propias normas, o puede tener el cliente una tabla de valores diferente y aun así ser considerado moralmente solvente para los propósitos del banco? Si en la opinión del banquero, un buen carácter incluye ser miembro activo de alguna iglesia, se formará una opinión negativa si el solicitante del crédito no es activo en esa iglesia. El banquero podrá ser enemigo del alcohol y el tabaco, y tener una opinión muy negativa del cliente que bebe y fuma pero, ¿si el cliente bebe y fuma, en verdad quiere decir eso que el cliente no cumplirá con sus obligaciones financieras?
Tal como lo indiqué anteriormente, mi solución para este dilema, basado en años de experiencia, ha sido confiar en una persona que vive de acuerdo con su propio código moral.
Aunque nos incomode, otros tienden a tacharnos de hipócritas y desconfiar de nosotros si no somos fieles a nuestro propio código. Muchas escrituras dicen o implican que Dios nos juzga solamente por las leyes que conocemos. Es decir, su confianza en nosotros depende de qué tan fieles somos a los códigos que aceptamos. La suma total de nuestras acciones diarias constantemente da forma a los códigos que vivimos. En otras palabras, forjamos nuestro propio destino, o como lo dijo un gran escritor: "El hombre mismo es su propio destino". Todo acto, grande o pequeño, deja una huella en el hombre, formando así los hábitos y el carácter.
No por eso hemos de desalentarnos. Recordemos que la expiación de Cristo puede lavar todos los pecados y salvarnos del castigo del día grande y terrible, si nos arrepentimos y nos esforzamos constantemente por perfeccionarnos. Pero lo que quiero dar a entender es que el pecado engendra pecado, y la rectitud engendra rectitud. Y aun cuando nuestra culpa puede ser limpiada, el hábito del pecado puede volver una y otra vez para atormentarnos durante toda nuestra vida mortal; sus raíces están entretejidas en nuestras fibras y nervios. Y aunque Dios nos haya perdonado, a veces el mundo no nos perdona, por lo que no es fácil restituir la confianza que se ha perdido.
El carácter bien puede ser el principal atributo que podremos llevar con nosotros a la otra vida. No sabemos en detalle lo que logramos en la vida premortal, pero sabemos que estuvimos divididos en dos grupos principales: los que fueron suficientemente fieles para nacer y recibir un cuerpo, y los que no pudieron recibir un cuerpo por haber seguido a Satanás, y fueron arrojados.
Entre quienes vienen a la Tierra y reciben un cuerpo, hay una amplia variedad de dones, talentos y oportunidades. Algunos nacen dentro del linaje de Israel, mientras que otros nacen en circunstancias en las cuales no podrán escuchar el evangelio en esta vida. Algunas diferencias pueden explicarse únicamente con la conclusión de que son resultado del comportamiento en el cielo, antes de nacer. Me refiero principalmente a los "nobles y grandes", a quienes Dios hace sus gobernantes (véase Abraham 3:22-28; Jeremías 1:5). Ellos son aquellos en quienes se puede confiar, y puede referirse también, sin duda, a 21
muchos dentro y fuera de la Iglesia, que tienen misiones especiales. Así también, de esta vida llevamos al mundo de los espíritus los atributos espirituales que hemos desarrollado al perfeccionar nuestro carácter. Me regocijo en la filosofía de que una de las cosas fundamentales que podemos llevar a nuestro hogar con nuestro Padre Celestial, es lo que llamamos un carácter noble. Seremos sabios si usamos los breves años de esta probación para mejorar lo que llevaremos de regreso ante nuestro Hacedor. El carácter que habremos formado será de la mayor importancia cuando seamos pesados en la balanza. La esencia de ese carácter es ser dignos de confianza. El Señor nos medirá mediante la autodisciplina que hemos logrado. Un antiguo proverbio hindú dice: "No hay nobleza en ser superior a alguna otra persona. La verdadera nobleza (el verdadero carácter) consiste en superarse a uno mismo".
Nunca ha sido fácil lograr la autodisciplina y el autodominio. Un filósofo dijo: "Tengo más problemas conmigo mismo que con ninguna otra persona que he conocido". La gran prueba del carácter es cómo manejamos nuestra vida al procurar alcanzar nuestras metas. No debemos quedarnos estancados. La gloria viene por lo elevado de las metas qué nos fijamos y el progreso que logramos al procurar alcanzarlas, comparados con nuestras metas y progreso anteriores. Para no desanimarnos, poniéndonos metas imposibles a corto plazo, debemos usar sabiduría en determinar a qué paso trataremos de mejorar. Sin embargo, podemos controlar los resultados a corto plazo mucho más de lo que a veces imaginamos. Nuestro destino no se logra por suerte o casualidad; nuestro destino es el resultado de nuestros propios hechos, y éstos son el resultado de nuestros pensamientos.
La idea de que en nuestras vidas hay una relación de causa y efecto, tiene apoyo en Doctrina y Convenios 130:20, 21:
"Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa."
El desarrollar un carácter bueno (y llegar a ser dignos de confianza) es un proceso que depende de nuestros pensamientos y de nuestra actitud.
Ello queda ilustrado en un libro titulado Según el hombre pierna, escrito por James Alien. La esencia del libro queda reflejada en un par de páginas, en las que el autor declara que el carácter del hombre es la suma total de sus pensamientos, y enseguida dice por qué:
"El hombre es literalmente lo que piensa; su carácter es la suma total de sus pensamientos.
Como la planta brota y existe por la semilla, así todo acto del hombre nace de las semillas ocultas del pensamiento, sin las cuales no podría existir...
Las acciones son la flor del pensamiento, y el gozar o el sufrir son sus frutos; por lo que el hombre cosecha la dulzura o la amargura de su siembra...
La mente humana puede compararse a un huerto, el cual puede cultivarse con esmero o descuidarse; pero cultivado o no, algo va a crecer allí. Si no se han sembrado en él semillas buenas, producirá hierbas silvestres en abundancia.
Igual que un jardinero cultiva su terreno, librándolo de la hierba y cuidando las flores y frutos que desea, el hombre puede cultivar su mente, desarraigando los pensamientos impuros, ociosos y erróneos, y cultivando hasta la perfección las flores y frutos de los pensamientos correctos, buenos y puros. Siguiendo ese curso, el hombre descubre que él es el jardinero de su alma, el director de su vida. En él se revelan las leyes del pensamiento, y comprende cada vez mejor cómo operan las fuerzas del pensamiento y la mente en la formación de su carácter, sus circunstancias y su destino...
El hombre recibe las bofetadas de las circunstancias si cree ser el juguete de las condiciones externas; mas cuando se da cuenta de que él es un poder creador, con dominio sobre el suelo y semillas invisibles de su ser y que en última instancia las circunstancias son creadas por él mismo, entonces se convierte en maestro de sí mismo.
Los buenos pensamientos dan buen fruto; los malos pensamientos, mal fruto.
... (El hombre) descubrirá que conforme él modifica sus pensamientos respecto a la gente y las cosas, la gente y las cosas cambiarán respecto a él...
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Cambie el hombre radicalmente sus pensamientos, y se asombrará de la rápida transformación que obrará en las condiciones materiales de su vida.
Los hombres no atraen hacia ellos lo que quieren, sino lo que son... La divinidad que formula nuestras metas está en nosotros mismos; somos nosotros mismos... Todo lo que el hombre logra o deja de lograr, es resultado directo de sus pensamientos... Un hombre puede elevarse, conquistar y lograr solamente si eleva sus pensamientos. Puede permanecer débil y miserable sólo si se resiste a elevar sus pensamientos...
El ser humano debe de concebir propósitos dignos en su corazón, y proponerse a lograrlos. Debe hacer de ese propósito el enfoque de sus pensamientos... Debe dirigir continuamente la fuerza de sus pensamientos hacia el objetivo que se ha impuesto. Debe hacer de ese propósito su deber supremo, y consagrarse a su ejecución, sin permitir que sus pensamientos divaguen en fantasías, añoranzas e imaginaciones efímeras. Ese es el camino real hacia el autodominio y la verdadera concentración de pensamiento. Aunque falle una y otra vez mientras trata de alcanzar su propósito (tal como sucede a menudo hasta que se conquista la debilidad), la medida de su verdadero éxito será no sólo el haber alcanzado la meta, sino la fuerza de carácter que adquiere, y que viene a ser nuevo punto de partida hacia triunfos y poderes futuros.
En nuestras manos tendremos los resultados de nuestros propios pensamientos; recibiremos lo que ganamos, sin más ni menos. Sea cual fuere nuestra situación actual, descenderemos, o nos elevaremos gracias a nuestros pensamientos, nuestra visión, nuestro ideal. Seremos tan pequeños como nuestros deseos: tan grandes como nuestra más alta aspiración.
Los ignorantes y los indolentes hablan de suerte, de buena fortuna, de la casualidad, porque ven solamente los efectos aparentes de las cosas y no las cosas mismas. Ven a un hombre enriquecerse y dicen: "¡Qué suerte tiene!" Otro se vuelve intelectual, y exclaman: "¡Qué favorecido!" Y observando la espiritualidad e influencia de otro, expresan: "¡Cómo lo ayuda la buena fortuna!" Lo que no ven son las dificultades y esfuerzos que esos hombres han enfrentado voluntariamente para poder obtener su experiencia; no saben de los sacrificios que han hecho, de los intrépidos esfuerzos que han realizado, de la fe que han ejercido para poder vencer lo que aparenta ser insuperable, y hacer realidad la visión de su corazón. No saben de la obscuridad y la congoja; sólo ven la luz y el gozo, y hablan de "la suerte", no ven la larga y ardua jornada: miran sólo la meta alcanzada, y hablan de ''a buena fortuna"; no entienden el proceso, percibiendo solamente los resultados, y hablan de "la casualidad".
En todas las empresas humanas hay esfuezo, y hay resultados, y la medida del resultado es la calidad del esfuerzo, no del azar. Los "dones", poderes, posesiones materiales, intelectuales y espirituales son fruto del esfuerzo; son pensamientos llevados a término, objetivos cumplidos, visiones realizadas.
La visión que glorificamos en nuestra mente, el ideal que reina en nuestro corazón: con eso edificaremos nuestra vida; en eso nos convertiremos.
La ''suerte"', el destino, la fortuna, son conceptos equivocados que han robado al hombre la noble noción del libre albedrío. El crecimiento interno del hombre jamás ha sido el resultado de causas extemas.
Es muy cierto lo que alguien ha dicho, que: "'El destino de las naciones lo determinan los pensamientos de su juventud". Podemos preservar sólo lo que atesoran sus corazones; todo lo demás se destruirá. Eso le da mayor significado al consejo de Salomón: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él" (Proverbios 22:6).
Las ideas y valores de nuestros pensamientos se transmiten a nuestra mente durante las experiencias de la vida, como la siguiente:
Dice la madre, despidiéndose de la hija, a quien deja en otra ciudad para estudiar: "Hija, cuando llames por teléfono de larga distancia, pide hablar con tu tío. Como él nunca estará (pues vive en otra ciudad), al contestar nosotros diremos que no está, y así no te cobrarán la llamada. Pero nosotros sabremos que eres tú y que estás bien. Así nos ahorraremos los gastos de larga distancia".
De generación en generación, los pensamientos torcidos se acumulan y llegan a ser culturas torcidas que contribuyen a personalidades torcidas.
Uno puede aprender a pensar y formar un carácter digno de confianza. El siguiente ejercicio es sólo una 23
de muchas posibilidades:
Póngase frente a un espejo donde se refleje la completa imagen de su rostro. Véase a los ojos directamente y repita lo siguiente:
Este día no tomaré ventaja de nadie. Este día no faltaré a mi palabra.
Este día no tomaré ¡o ajeno.
Este día no buscaré elogios de nadie.
Este día no mentiré.
Este día no pretenderé ser lo que no soy. Este día no evitaré la responsabilidad.
Este día no culparé a nadie.
Este día no evitaré las consecuencias de mis actos
Este día confiaré en Dios todo el día
Y este día seré digno de confianza.
El carácter se edifica en las escuelas, en los campos deportivos, en las iglesias, en actividades de servicio, y más que en ningún otro lugar, se edifica en el hogar. Por lo cual deseo dirigir algunos comentarios a los padres, con la esperanza de alentarlos a procurar darle a cada niño un buen comienzo en la vida. El hogar es el terreno más fértil para el desarrollo del carácter, especialmente si hay en él padres amorosos. El hogar es el mejor lugar para enseñar el dominio de sí mismo, el respeto por los derechos de otros, la delicia de la paz y el orden, y la admiración por la belleza de la buena música y otras artes. Puede que los padres piensen que están logrando poco progreso en lograr que esas metas tan elevadas queden como características permanente y profundamente infundidas en sus hijos; no obstante, en ocasiones vemos a jóvenes misioneros que, mientras que en el hogar se rebelaban contra el hacer sus camas y ser amables con sus hermanos y hermanas más pequeños, en su misión dan un giro de 180 grados. Empiezan a apreciar y a seguir lo que aprendieron en casa. Sus padres pueden enorgullecerse de sus esfuerzos. Los años de enseñanzas valen la pena. Los jóvenes estudiantes universitarios y misioneros dicen a menudo: "Me alegro que mis padres me enseñaran". Y también: "Ojalá que mis padres hubieran sido algo más estrictos todavía".
Cuentan la historia de un condenado a muerte que pidió ver a su madre como último deseo, y se le concedió. La madre entró a la prisión y al acercarse a besar al hijo, éste, en lugar de besarla, le mordió la oreja y casi se la arrancó. Los oficiales de la prisión, consternados, libraron a la madre, y forzando al hijo en la celda le dicen: "¡Hombre desnaturalizado!, ¿qué bestial motivo pudiste tener para hacer tal cosa?" Contestó el condenado a muerte: "Cuando yo era niño, un día me encontré un lápiz en la escuela y lo traje a mi casa. Mi madre me alabó y me dijo: 'A ver qué más te encuentras'. Cuando "encontraba" cosas de otros, mi madre me animaba. Nunca me enseñó a buscar al dueño y regresar lo perdido. De ahí en adelante seguí "encontrando" dinero en casas ajenas y después en tiendas y por último, en bancos. Fue en un banco donde, sorprendido por un guardia, me asusté y lo maté, y aquí estoy ahora frente a la silla eléctrica".
A los niños les beneficia saber que hay límites que no pueden traspasar sin consecuencias. Todavía recuerdo cuando, siendo joven, de repente caí en la cuenta de que aquello contra lo que mis padres me habían advertido, podría ocurrir efectivamente. Aunque no sucediera siempre, algún día sucedería, y cuando ocurriera, entendí que me pesaría no haber obedecido su consejo. Los jóvenes tienden a ser cortos de vista; y lo peor es que tienden a ser miopes exactamente cuando más necesitan la vista panorámica de sus padres. Los padres sabios enseñan a sus hijos a respetar a los mayores, especialmente si son sus tíos, abuelos, líderes de la Iglesia y maestros. Cierto, inevitablemente habrá algunos adultos que serán hallados culpables de hipocresía, que profesan una norma y viven otra. Pero los padres pueden aprovechar esa situación como lección para mostrar la importancia de la rectitud, y para probar el valor y el poder de las enseñanzas de la Iglesia. Ese tipo de tragedias hasta puede usarse como ejemplo sobre cómo no dejarse arrastrar por Satanás.
El hogar es el mejor lugar para enseñar el respeto por los derechos de los demás. Desde muy temprana edad, los niños deben respetar los guardarropas, cajones, recámaras, juguetes, diarios personales, herramientas, etc.,
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de los demás. Ello refuerza el valor de la honradez. Las conversaciones en el hogar deben elogiar las acciones y actitudes correctas, al mismo tiempo usando alguna manera apropiada para corregir o castigar al transgresor. Un gran presidente y patriota mexicano dijo en una ocasión: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Si no hay paz en el hogar, es quizá porque no todos los miembros de la familia están respetando, en todo sentido, los derechos de cada uno de los demás miembros. Algunos padres fallan en apreciar y respetar los derechos individuales de sus hijos. Por supuesto, es posible que algunos hijos no estén actuando con suficiente autodominio como para merecer los derechos que solicitan. Porque, ¿cómo puede un padre otorgar a sus hijos el derecho de elegir a dónde ir, al salir con alguien del sexo opuesto, y la hora que regresará, si los hijos no han demostrado el buen juicio, la sabiduría y el carácter para mantenerse dentro del margen de seguridad?
El hogar contribuye al desarrollo del carácter, proporcionando un ambiente que haga que los hijos sientan que el hogar es un lugar donde pueden recibir consuelo y confianza. El hogar debe ser un lugar al que podemos ir para recuperarnos de las batallas de la vida. Algunas batallas producen verdaderas heridas, y es el hogar donde el niño o la niña recibe el desinfectante, la venda y el tierno cuidado para enjugar las lágrimas y el dolor. El hogar también puede ser el lugar donde recibimos la paz, comprensión y consuelo que necesitamos para afrontar las calladas batallas internas de la decepción, desaliento, amor no correspondido, malentendidos, fracasos (ser eliminado del equipo, tener bajas calificaciones escolares, no tener compañero para el baile anual de la escuela, etc.), y las demás cosas que acontecen en la vida de todo joven. Se edifica el carácter enfrentando esas grandes tragedias de hoy que mañana se verán como pequeños incidentes. El hogar puede ser el campo de entrenamiento para las batallas y desafíos mayores del futuro.
Una buena meta que pueden fijarse los padres es hacer del hogar un lugar donde los miembros de la familia puedan hallar retiro y descanso de las preocupaciones y perplejidades de la vida. Todos necesitamos paz y descanso para el espíritu, así como necesitamos paz y descanso para el cuerpo. Y podemos hallarlos si el hogar produce ese grado de orden y belleza que da reposo al cuerpo y al espíritu. Puede lograrse aún sin alfombras, riquezas o lujos. Si el hogar es limpio, ordenado, agradable, y si tiene las cosas en su lugar y una flor aquí, un cuadro allí, si las Escrituras y revistas de la Iglesia están a la mano, si tiene esas modestas comodidades, el hogar puede ofrecer paz al espíritu y orden a la vista. La civilización se basa en el hogar. Sin hogares y familias, la virtud desaparece y la ley y el orden se derrumban.
La consideración hacia los animales, hacia los niños, los inválidos, los ancianos, hacia el género humano en general, es una cualidad del carácter. En la mujer se honra y se respeta la amabilidad. Las mujeres parecen tenerla en forma natural. La amabilidad en los hombres se encuentra sólo en los más varoniles. Tenemos evidencia de eso en las historias de personalidades tan viriles como nuestros profetas. José Smith, David O. McKay y Spencer W. Kimball son ejemplos notables de los más varoniles de los hombres, que han hablado tanto acerca de la amabilidad hacia el débil, y también hacia los animales. El hogar es el mejor lugar para enseñar la amabilidad. Los padres deberían enseñar sobre la amabilidad no únicamente en las noches de hogar, sino también buscar los momentos adecuados que surgen constantemente en el hogar.
Otra gran cualidad del carácter es la reverencia hacia las cosas sagradas. Lo importante no es que el tema sea sagrado para nosotros solamente; si es sagrado para cualquier otra persona —ya sea una estatua de Buda, un crucifijo, la Virgen María—debe ser altamente respetado por todos nosotros. La persona de buen carácter respeta instintivamente las cosas sagradas de otras religiones, y las de la suya propia. También trata con gran respeto y caballerosidad a la mujer.
Un hombre de carácter honra a su país, su bandera y su himno nacional; no habla desdeñosamente del patriotismo. Siento lástima por los escritores que suelen buscarles defectos a los héroes de su país. Ciertamente todo héroe es un ser humano, con debilidades normales, pero ¿acaso es correcto exhibir esas debilidades de modo que disminuya el amor y el respeto que tenemos por la obra que realizaron al servicio de su tierra natal? Definitivamente no. Y eso también es algo que los padres deben enseñar a sus hijos a temprana edad.
Los padres que son sabios siempre aprovechan la oportunidad que tienen en el hogar de inculcar en los niños el respeto y alta estima por la naturaleza sagrada de la paternidad. La castidad se enseña mejor si la practican los padres que expresan y demuestran amor por el niño y el uno por el otro. Los distintos
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aspectos del sexo se pueden enseñar sabiamente en diferentes tiempos o etapas de la vida del joven. Los padres deben buscar alguna guía sobre el tema, de autores sabios y de los líderes de la Iglesia, y entre padres e hijos debe haber pláticas serias sobre estos sagrados temas. El evitar esas pláticas tan importantes puede disminuir el respeto y honor que el niño sienta por este tema sagrado. Ni la experiencia ni la habilidad para enseñar pueden sustituir la autoridad amorosa de un padre. La virtud y la castidad dan a los jóvenes el vigor, la fuerza y energía, y posteriormente, su virilidad en la edad madura. La castidad es la corona de belleza que da a las señoritas una presencia majestuosa en esta vida y en el mundo venidero. Las bendiciones que reciben las personas de carácter valen todo el esfuerzo que requiere el resistir todas las tentaciones de Satanás, todos los argumentos de la sabiduría del mundo y todas las justificaciones de los pecadores.
Mi más grande deseo es que cada lector se sienta estimulado ante la perspectiva de progreso constante, y que no se desanime ni por las cosas del pasado, ni por los problemas del presente. Jamás olvidemos que el hombre es el arquitecto de su propio carácter, como lo sugiere el famoso poema de Rudyard Kipling:
Si...
Si mantienes tu firmeza cuando en tu derredor todo el mundo se ofusca y tacha tu valor; Si cuando dudan todos, o muestran su temor, excusas su flaqueza sabiendo su dolor; Si puedes esperar y a tu afán poner brida;
Si, blanco de la mentira, esgrimes la verdad, o siendo odiado, cabida al odio jamás das; Si no ensalzas tu juicio, ni ostentes tu bondad; Si sueñas sin que el sueño sea tu majestad; Si piensas y el pensar no mengua tu sentir; Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley, y los ves como impostores, uno como aquél; Si puedes soportar que tu frase sincera sea trampa de necios en boca de malvados, o mirarla hecha trizas en cobarde quimera, y tornas a forjarla con útiles mellados; Si todas tus ganancias poniendo en un montón las arriesgas osado en busca de algún don, y las pierdes, y luego, con bravo corazón, sin hablar de pérdidas vuelves a comenzar; Si puedes mantener en la ruda pelea el pensamiento alerta y el músculo tirante, para emplearlos cuando en ti todo flaquea, menos la voluntad, que te dice "adelante "; Si entre la turba das a la virtud abrigo, Si, marchando con reyes, del orgullo has triunfado; Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo; Si eres bueno con todos, midiendo tu bondad, y Si puedes llenar los preciosos minutos con sesenta segundos de combate bravio, tuya es la Tierra, y todos sus codiciados frutos, y lo que más importa:
¡Serás hombre, hijo mío! 26

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