Desarrollándonos en capacidad de confianza

Capítulo 5
Desarrollándonos en capacidad de confianza
Si creemos verdaderamente que la Iglesia es el reino de Dios y que el Señor nos necesita en verdad —no a otros, sino a nosotros—, ¿no sentiríamos el deseo de preparamos lo mejor que pudiéramos, con los dones y talentos que el Señor nos ha dado? ¡Deberíamos darnos cuenta de que, por regla general, esos dones y talentos son muchos!, pero no sirven de nada si permanecen ociosos, es decir si su total capacidad no se desarrolla.
Quisiera volver a usar el ejemplo del banquero. Para un banquero, la capacidad del cliente no es más ni menos que la habilidad de pagar puntualmente la obligación contraída. En un sentido más amplio, la capacidad sería el conjunto de los distintos recursos de que el cliente dispone para obtener fondos y hacer los pagos. La capacidad que tiene un individuo para pagar se puede resumir enumerando cosas tales como su salario, empleo, trabajo seguro y estable, otros ingresos, rentas, compromisos contraídos, etc.
Al analizar la solicitud de crédito de una compañía, el banquero evalúa la capacidad de la compañía para cumplir con sus compromisos, a corto y largo plazo, por medio de sus ingresos, ganancias, liquidez, y así sucesivamente. El representante del banco procura crearse una imagen en la mente y en papel, formada por todos los factores involucrados, tales como la capacidad de la gerencia, la capacidad técnica para lograr las metas de producción y ventas, la capacidad para reunir capital adicional y para desarrollar nuevos productos. Podemos definir la posición del banquero diciendo que él trata de evaluar la capacidad que tiene el individuo, o la compañía, para manejar sus finanzas de manera sana y productiva durante el periodo que dure el préstamo. Ello incluye cosas abstractas como el ingenio, la imaginación, la creatividad, demostrados ya a lo largo de cierto tiempo, para poder infundir en el banquero la confianza en la capacidad de la persona o la compañía.
El Señor necesita "gerentes" para manejar su obra aquí en la Tierra. Pero Él nunca llama a los que no desarrollan toda su capacidad para servirlo. No importa si tenemos un solo talento o muchos, debemos desarrollar lo que tenemos, sabiendo que ese esfuerzo demuestra nuestra confianza en Dios. Por medio de sus siervos aquí en la Tierra, el Señor llama a todo aquel que desarrolla su capacidad. Y así como en los negocios es más difícil encontrar buenos gerentes que encontrar capital, en la viña del Señor, el siervo que tiene un talento y lo desarrolla es más digno de confianza que el que tiene muchos y "se duerme en sus laureles".
Si por un momento nos ponemos a pensar en la "deuda" que todos tenemos con Dios —y le debemos todo— sabremos que la única forma de medio-pagar es ayudarle a salvar a sus hijos mediante el servicio que damos. Para servir a otros, Dios nos dio talentos. Para servir mejor, debemos desarrollar esos talentos en toda su capacidad.
Cuando una persona desarrolla la capacidad para servir dentro del reino —y generalmente ello significa desarrollar la misma capacidad que desarrollamos para ganarnos la vida o prosperar en los negocios— está demostrando confianza en nuestro Padre Celestial y en sus siervos que están a cargo de sus "negocios", es decir su obra aquí sobre la Tierra (recordemos Lucas 2:49: "En los negocios de mi Padre me es necesario estar"). Es como si dijéramos: "Tengo confianza en que mi Padre Celestial quiere que yo tenga una mansión en su reino. Confío en que El proveerá, si hago mi parte. Confío en que El se encargará de lo que yo no pueda hacerme cargo. Mis esfuerzos valdrán la pena. No serán en vano. Puedo confiar en mi Padre Celestial. El verá que puede confiar en mí. Desarrollando los talentos y dones que me ha dado, le mostraré mi gratitud por ellos. Y así podrá llamarme a labores que me ayudarán, al mismo tiempo que yo le ayudo a Él". Debiéramos estar anhelosamente consagrados a la edificación del reino, incluso los trabajos temporales que hacen posible efectuar la obra. Las Escrituras apoyan este pensar:
Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo negligente y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.
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De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados en una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa.
Mas el que no hace nada hasta que se le mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado (D. y C. 58:26-29).
Algunos justifican su falta de empeño y decisión, diciendo: "Pero yo no codicio riquezas ni posiciones". Pensando así están confundidos. Codiciar es desear o planear cómo quedarse con el cónyuge de otra persona, o con su riqueza; pero prepararse y procurar obtener algo que pueda ser nuestro legítimamente, no es codiciar. Recordemos cuán rico y famoso era Job, uno de los hombres más perfectos que hayan vivido jamás. Y luego que el Señor lo probó, le duplicó todo lo que había tenido antes.
Pero no es posible desarrollar la capacidad que Dios nos ha dado sin trabajar duro. El trabajo es la esencia de la capacidad. Nuestra capacidad consiste en lo que podemos hacer, qué tan bien lo hacemos, cuan dispuestos estamos a hacerlo, y hasta qué punto nuestro cometido coincide con lo que deseamos hacer. Y todo eso requiere trabajo.
Cierto es que en cada uno de nosotros hay dones y talentos naturales o en estado latente. Estos talentos forman parte de la base de la capacidad. Pero sin el trabajo que los desarrolla y los vuelve fructíferos, no son de ningún valor. La vida necesita de sueños e ilusiones para tener sentido, pero por cada hora de sueños debe haber cuando menos otras veinte de trabajo. Por eso, si yo tuviera que ordenar en grado de importancia las características de la capacidad, tanto en el plano espiritual como en el temporal, la primera sería la habilidad para trabajar duro. Alguien ha llamado a eso el Evangelio de Trabajo. "Con el sudor de tu rostro", frase tan antigua como el hombre sobre la Tierra, es parte integral de esta vida tal como el Señor la designó. Todo intento para evitar el trabajo está destinado al fracaso, mientras que todo esfuerzo para ennoblecerlo, elevarlo y honrarlo, merece toda nuestra atención.
Tomás Carlyle, un famoso escritor de Inglaterra, nos ha dejado esto en uno de sus ensayos:
En el trabajo hay una perenne nobleza, aun santidad. Aunque el hombre olvidara o ignorara su grandeza, habría en él esperanza si tan sólo trabajara con empeño. Es en la ociosidad donde muere la esperanza.
Un reciente evangelio en este mundo es: "Aprende tu trabajo, y hazlo". Escrito está: "El trabajo tiene un significado infinito". Trabajando, el individuo se perfecciona a sí mismo. Se desmontan malezas, campos de siembra aparecen y ciudades majestuosas...
Bienaventurado es el que ha encontrado su vocación de trabajo; no pida ese hombre mayor bendición. Ya tiene obra qué hacer, ya tiene propósito la vida. Encontrada la vocación el hombre la sigue.
El trabajo siempre ha sido, y es, la vida misma.
Carlyle nos dice que debemos labrar nuestra felicidad a base del trabajo, o de lo contrario nunca sabremos lo que es la verdadera felicidad. Es impresionante cuando uno se topa con un hombre genial, pero lo es aún más el encontrarse con quien constante y regularmente se ocupa de un trabajo común. Me encanta el poema que sobre el trabajo escribió Henry Van Dyke:
Quiero hacer mi trabajo cada día, en el campo, bosque, escritorio o telar, en mercado bullicioso o sosegado lugar,
Quiero, cuando anhelos ajenos pretendan desviarme,
decir en mi corazón:
"Esta es mi obra, mi bendición; no es castigo.
Entre todos los vivientes, soy yo el que puede
hacer esta obra como se debe ".
Entonces percibiré que lo que hago ni es 28
demasiado grande ni muy pequeño
para mi espíritu o para mis dones.
Entonces contento pasaré las horas de esfuerzo,
y al caer las sombres de la noche,
alegre iré a casa para jugar, amar y descansar
de mi trabajo, que a mi alma hace gozar.
El hombre, la capacidad y el trabajo no se pueden separar —el amor al trabajo, trabajo infatigable, que se hace hasta terminarlo, mientras el sol alumbra; trabajo noble, asignado, necesario. Cada uno de nosotros debería preguntarse: ¿Sabe el Señor qué tanto estoy dispuesto a trabajar? ¿Le he demostrado mi capacidad para trabajar, para que pueda confiar en mí? ¿Conoce mi líder del sacerdocio la disposición que tengo para trabajar? La preparación para servir y desarrollar nuestra capacidad requieren trabajo. La mitad de la batalla en la vida, cuando menos, es el aprender a amar el trabajo.
El trabajo que lleva al éxito requiere que hagamos coincidir nuestros dones individuales con las oportunidades que la vidanos presenta. Todos tenemos dones especiales, los cuales usuahnente no están completamente desarrollados; unos poseen ciertos dones en mayor grado que otros; algunos los pueden desarrollar más fácilmente que otros. Pero todos tenemos que trabajar. Y las oportunidades que son comunes a todos —la paternidad, la obra genealógica, la orientación familiar, la obra de las maestras visitantes y el resto de nuestras labores diarias y servicios caritativos— forman una gran escuela que nos invita a trabajar. Mientras más trabajamos en ellas, más llegamos a amarlas y vemos que son el cimiento mismo de nuestra religión.
Hay pasajes muy especiales en las Escrituras que establecen el fundamento para el desarrollo de la capacidad de trabajar en la gran obra del reino que el Señor ha confiado a nuestro cuidado. Uno de ellos es el Sermón del Monte. Podemos decir que es el cimiento del verdadero comportamiento cristiano. También es el curso final, porque ningún ser mortal ha sondeado nunca toda su profundidad. Recomiendo al lector la versión nefita (3 Nefi 12-14), porque actualiza para todos nosotros la versión de la Biblia, después de haberse cumplido la ley de Moisés. Nada puede sustituir la lectura y meditación personal de esos versículos. Sin embargo, señalemos aquí unos cuantos de los principios que Jesús enseñó en ese sermón:
1. Todas las bendiciones del reino se otorgan solamente si "venimos a Cristo".
2. Si estamos listos para soportar dos tantos del abuso que probablemente enfrentaremos, tendremos siempre bajo control nuestros sentimientos y actitudes.
3. Aunque con paciencia a veces tengamos que esperar, recibiremos al menos tanto como lo que damos.
4. Nuestros pensamientos preceden a nuestras acciones. Si conservamos puras nuestras mentes, evitaremos el pecado.
5. No debemos enseñar las cosas sagradas a quienes no están listos todavía para escucharlas, y por lo mismo las hollarían bajo sus pies.
6. Son las Autoridades Generales quienes no han de preocuparse por el día de mañana, aunque es posible que ellos nos pidan que nosotros, sin temor, nos preocupemos por muchos "mañanas".
7. Nuestra dedicación al reino debe ser completa. No podemos servir a dos amos. No podemos amar al mundo y al reino al mismo tiempo.
8. No debemos tratar de perfeccionar a otros antes que a nosotros mismos.
9. Dios contestará nuestras oraciones.
10. Debemos hacer con otros lo que quisiéramos que ellos hicieran con nosotros.
11. Muchos son los que permanecen en el error. Pocos siguen la verdad.
12. Cuidémonos de los falsos profetas. Por sus frutos los conoceremos.
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13. La medida suprema de la santidad es hacer la voluntad del Padre, no el realizar milagros.
14. Podemos llegar a ser perfectos como el Padre y el Hijo son perfectos.
Una vez que hemos aceptado el cimiento de la conducta cristiana, como está descrita en el Sermón del Monte, debemos desarrollar la capacidad latente que Dios ha sembrado en nosotros en forma de dones espirituales. En Doctrina y Convenios 46:10-33 podemos repasar el significado de esos dones del Espíritu. La lectura repetida y la meditación fervorosa nos ayudarán a comprender nuestros propios dones espirituales, para que podamos orientarnos hacia la especialización en nuestra preparación para servir. Nótese que la sección 46 aclara que si nacemos de nuevo, se nos promete cuando menos uno de dos dones que son fundamentales: saber por el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo, o tener fe, por medio del Espíritu Santo, en el testimonio de quienes lo saben. Además de eso, el Espíritu Santo puede otorgar dones adicionales cuanto le plazca. Y así toda la Iglesia puede ser edificada por medio de esos dones del Espíritu. Nótese también que se nos invita a buscar los mejores dones.
Aunque debemos buscar los mejores dones, uno de los dones principales es el espíritu de servicio. Ese don es muy importante para el desarrollo de nuestra capacidad para ser dignos de confianza en el reino. Juzgo interesante que Job, a quien el Señor llamó perfecto desde antes de su gran prueba, basara toda su defensa en el hecho de que su menta era pura, y su vida, llena de servicio caritativo (véase Job 29-31, especialmente 31:1-12). Eso es lo que nos dice Doctrina y Convenios 121 que es la clave para hacerse digno de confianza ante la presencia del Señor: entrañas llenas de caridad; caridad para todos nuestros semejantes, "la casa de fe", y con una mente despojada de malos pensamientos (léanse especialmente los versículos 34-36).
Todas estas Escrituras nos enseñan la importancia de desarrollar nuestra capacidad individual. Los jóvenes sabios escogerán una carrera exigente, que necesite mucha instrucción y capacitación, pues las destrezas temporales van de la mano con las habilidades espirituales. Quienes tengan el valor y la fortaleza para prepararse para las carreras más difíciles, encontrarán que también serán de mayor servicio a la Iglesia. Un ex obispo de un barrio estudiantil de la Universidad Brigham Young, comentó que siempre había escogido a los secretarios de barrio y sus auxiliares de entre los estudiantes que cursaban las carreras más exigentes, pues éstos nunca quedaban mal; y los líderes de la estaca continuamente llamaban a personas de entre sus secretarios, para ocupar posiciones importantes a nivel de estaca. Esos individuos acabaron por ser llamados como obispos, consejeros, miembros del Sumo Consejo, secretarios de estaca, etc. Poseían la habilidad y el hábito del trabajo. Se notaba inmediatamente su actuación sobresaliente cuando comenzaban como secretarios de barrio.
Consideremos estas frases del libro de proverbios:
La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.
El que recoge en el verano es hombre entendido: el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza (10:4, 5).
El alma del perezoso desea, y nada alcanza: mas el alma de los diligentes será prosperada (13:4).
También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador (18:9).
Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta (20:11).
Si queremos ser mayordomos competentes en el reino —mayordomos para supervisar el crecimiento, y no mayordomos de estancamiento; mayordomos que puedan ser siervos útiles al Señor y que puedan multiplicar los bienes que se les confían— necesitamos aprender técnicas directivas de práctica comprobada. Se ha dicho con algo de verdad que en los negocios necesitamos aplicar más lo que aprendemos en la Iglesia, y en la Iglesia, aplicar más lo que aprendemos en los negocios. En los negocios se habla de la habilidad para el manejo de personal, para el manejo del dinero, habilidad directiva por medio de meta, técnicas personalizadas, como las que se describen en los libros profesionales, etc. En la Iglesia hablamos a la manera del Salvador: el que quiera ser el mayor debe aprender a ser el menor y servir a sus consiervos, al grado que, en sentido figurado, imite el acto del Salvador de lavar los pies de los Apóstoles. Tales líderes serán humildes servidores de sus hermanos para siempre jamás, en lugar de líderes autócratas, dictadores y dominantes. El profeta José Smith tenía una singular filosofía de liderazgo: "Les enseño principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos". Alguien dijo en broma que lo que el
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Profeta quiso decir fue: "Les enseño principios correctos, y les enseño, y les enseño, y les enseño, y entonces por fin ellos comienzan a gobernarse a sí mismos"'. Bueno, hay que repetir para perfeccionar.
De todos modos, la verdad es que si tenemos la capacidad para gobernarnos a nosotros mismos con paciencia y caridad, llegaremos a ser dignos de confianza y se nos confiará gran cantidad de trabajo todos los días de nuestra vida.

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