Capitulo 2
Carácter, capacidad y capital
Carácter, capacidad y capital
Todas las monedas y billetes de los Estados Unidos llevan en una de sus caras la inscripción: "En Dios confiamos".
Es como un eco de la herencia cristiana, y una forma de decir que, aunque el dinero es esencial para el comercio, en quien verdaderamente confiamos es en Dios.
Ojalá que así fuera total y verdaderamente. Y mejor aún, ojalá que el otro lado de la moneda pudiera decir con verdad: "Y Dios confía en nosotros", porque la moneda de la confianza tiene dos caras, y sin la una, el mérito de la otra desmerece.
Porque para que la confianza en Dios sea efectiva nosotros debemos ser dignos de su confianza.
Nótese que son los hombres de quienes depende el resultado. El Señor siempre será digno de confianza absoluta; pero si deseamos recibir las bendiciones, debemos estar dispuestos a confiar y ser también dignos de confianza. Esa es una de las leyes que el Señor dio a este mundo (véase D. y C. 88:36-43).
El Señor bien podría hacer todas las cosas por nosotros, pero ello frustraría sus propósitos. Debemos entender que la manifestación de su bondad y bendiciones viene regularmente a través de nosotros mismos, es decir, en la medida que confiamos en Él y que merecemos su confianza.
El Señor desea que confiemos en Él y también desea que seamos dignos de su confianza, para poder encargarnos su obra. Uno de los propósitos principales en esta vida es que seamos probados:
"Y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare" (Abraham 3:25).
El Presidente David O. McKay citaba a menudo una frase que dice que ganarse la confianza de otros tiene más mérito que ganarse su amor. El autor de esa frase tuvo la bendición de poseer un gran entendimiento de la vida. Porque Dios nos ama a todos, pero solamente puede salvar a quienes confían en Él y quienes son dignos de su confianza. De cierta manera es como el banquero que puede extender crédito solamente a las personas en quienes él puede confiar, a pesar de lo mucho que pueda amar a los que no son dignos de su confianza.
Son las pruebas de la vida las que nos enseñan a confiar en Dios y a ser dignos de su confianza. El profeta José Smith señaló la necesidad de que seamos probados en todas las cosas, y que pasemos esas pruebas, pues así demostraremos al Señor que Él puede confiar en nosotros bajo cualquier circunstancia. El Profeta dijo:
Después que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, se bautiza para la remisión de ellos y recibe el Espíritu Santo (por la imposición de manos), que es el primer Consolador, entonces si continúa humillándose ante Dios, teniendo hambre y sed de justicia y viviendo de acuerdo con todas las palabras de Dios, el Señor le dirá dentro de poco: "Hijo, serás exaltado". Cuando el Señor lo haya probado en todas las cosas, y haya visto que aquél hombre está resuello a servirlo, pase lo que pase, ese hombre verá que su vocación y elección han sido confirmadas {Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 178).
Esas pruebas y los sacrificios que implican, enseñó el Profeta, son condiciones para la vida eterna.
Observemos aquí que una religión que no demanda el sacrificio absoluto de todas las cosas, tampoco tiene el poder para producir la fe necesaria para vida y salvación. Porque desde la primera etapa del hombre, la fe necesaria para gozar de vida y salvación jamás pudo obtenerse sin el sacrificio absoluto de todo lo terrenal.
Es por medio de ese sacrificio, y de ninguna otra manera, que Dios ha ordenado que los hombres gocen de vida eterna (Discursos sobre La Fe 6:7).
El Señor ama a todos sus hijos, pero algunos merecen más confianza que otros. El amor es un atributo del que ama y, una vez que se desarrolla, se da sin condiciones. Pero no así con la confianza. Únicamente un inexperto confiaría en alguien que no es de fiar, pues ello llevaría al desastre. ¿No sería maravilloso ser amado y a la vez ser digno de confianza? El Señor nos ha dado el Evangelio y la Iglesia como medios para lograr esa meta.
Se ha dicho que la verdadera valía de un hombre se puede medir, no por lo que tiene, sino por lo que le pueden prestar, o sea, hasta qué grado se le puede confiar el dinero de otras personas. Los banqueros usan una fórmula para determinar a quién pueden confiarle el dinero del banco. Creo que esa fórmula puede también aplicarse a la confianza espiritual o moral. De hecho, no veo cómo se podría diferenciar la integridad de una persona en funciones comerciales, personales o en la Iglesia, etcétera.
Usualmente manejamos los bienes del Señor igual que manejamos los nuestros. Entre los miembros de la Iglesia, una forma que el Señor usa para determinar si somos dignos de su confianza dentro del reino es ver lo que hacemos en nuestros asuntos personales. Jesús dijo:
Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.
Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?
Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? (Lucas 16:9-12).
Tengamos en mente que el pasaje anterior tiene implicaciones eternas, así como temporales. Si no somos dignos de confianza en las cosas telestiales, ¿quién nos va a confiar jamás las cosas celestiales?
La fórmula bancaria para determinar si se le puede confiar a alguien el dinero del banco consiste en examinar el carácter, capacidad y capital del solicitante. De manera semejante, el Señor analiza esas tres características para damos sus bendiciones y su confianza.
Al llamar pastores para guiar al rebaño, los siervos del Señor también deben examinar, hasta donde lo permitan las circunstancias, el carácter, la capacidad y el "capilar de los que son llamados.
Tal vez no nos damos cuenta, pero en las reuniones de líderes en la Iglesia, tarde o temprano, a todos se nos menciona y se nos considera para los llamamientos necesarios. En esas reuniones se habla de nosotros, con amabilidad y gran comprensión, con respecto a nuestro carácter, capacidad y "capital". Por supuesto, la razón principal de considerar nuestro nombre es que los líderes de la Iglesia constantemente andan buscando más líderes que estén preparados para servir en la obra del Señor.
En gran parte, liderismo significa gente de confianza. Por eso la búsqueda de líderes es una evaluación ferviente y cuidadosa del carácter, capacidad y capital moral de los miembros de un barrio o rama. Podríamos decir que los banqueros espirituales están en una "junta sobre préstamos" para determinar quién es digno de un "préstamo espiritual". Es decir, a quién se le pueden confiar los asuntos del Señor.
Carácter
Un banquero temporal es un mayordomo que a su cargo tiene el dinero que regularmente no le pertenece, pero por el cual es responsable. Por eso debe tomar toda precaución posible para otorgar préstamos únicamente a quienes pueden y estén dispuestos a pagar.
El banquero espiritual es un mayordomo de la reputación del nombre de la Iglesia de nuestro Salvador. Ese nombre debe permanecer limpio de vergüenza o difamación ante el mundo, por lo que los mayordomos de la Iglesia deben tomar toda precaución razonable para extender llamamientos únicamente a aquéllos en quienes se puede confiar que mantendrán sagrado el nombre de la Iglesia de Cristo. Y es un placer decir, y hemos de reconocer, que en su mayoría los que son llamados cumplen bien con su cometido.
Un banquero tiene que examinar el carácter del solicitante de un préstamo en términos muy parecidos a los que usa David en el Salmo 15:1-4:
La persona que solicita un préstamo, promete pagarlo. Pero a veces fracasa el negocio en el que se invirtió ese dinero: las cosechas pueden perderse; la empresa comercial no tiene el éxito esperado, etcétera. Es entonces que ha "jurado en daño suyo". La persona honrada "no por eso cambia", sino que paga el préstamo tan pronto como le es posible. Un banquero debe poder sentir que está tratando con esa clase de persona, o sea, con alguien que no faltará a sus compromisos ni saldrá con la excusa de que el préstamo no le sirvió, y que pagarlo le va a salir más caro de lo que se imaginaba. Si el banquero duda de la base moral del solicitante y piensa que éste pagará sólo cuando las cosas salgan bien, no lo considerará digno de confianza y no se otorgará el préstamo.
Desde luego, el Señor nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos. Y su deseo, su obra y su gloria es darnos la vida eterna y la inmortalidad, y todo lo que Él tiene. Por eso nos trata como si fuera un banquero, siempre procurando determinar hasta qué grado puede confiar en nosotros. El Señor necesita saber si puede confiar en que haremos lo correcto, no importa bajo qué circunstancias nos encontremos. Y cuando determina que somos dignos de confianza a cierto nivel, nuestra "línea de crédito" aumenta poco a poco, conforme nos va probando.
Por ejemplo, José, cuando fue vendido en Egipto, trabajó al servicio de Potifar, y fue ascendiendo hasta llegar a ser el mayordomo. Pero la esposa de Potifar se enamoró de José e intentó convencerlo de pecar. José se encontraba lejos de su familia y de su hogar, no sabía siquiera si los volvería a ver; absolutamente nadie sabría o le importaría si él mantenía sus principios morales. Rendirse ante el pecado y los deseos de la esposa de Potifar hubiera sido una salida fácil para su dilema. Por otra parte, él era un esclavo de confianza. Esclavo, es cierto, pero un esclavo de confianza. Potifar le había confiado todo lo que poseía. Sin embargo, si José desdeñaba a esa mujer, se ganaría una enemiga en la casa de su amo.
José fue fiel a su noble carácter y a las enseñanzas de su padre; no vaciló; huyó del pecado. La cárcel fue el resultado, porque la esposa de Potifar lo acusó de intentar abusar de ella, y como evidencia mostró la ropa que José dejó al huir. José pagó caro el precio de la pureza; no obstante, haber obrado de otro modo hubiera mellado grande y trágicamente su carácter. Siendo así, el Señor se hubiera rehusado, años más tarde, a confiarle la salvación de la casa de Israel. Hubiera quedado en el olvido, en vez de ser considerado por futuros profetas como un prototipo de Cristo.
Como otro ejemplo clásico tenemos a Nefi, cuya fortaleza de carácter lo hizo obedecer un mandamiento y emprender una misión muy peligrosa. Fácilmente pudo haber sido asesinado por el malvado Labán, cuando regresó a Jerusalén para obtener las planchas. Aún así, sabiendo bien que el Señor prepararía la vía para que pudiera obtener las planchas, el no obedecer hubiera manchado su carácter.
El Señor comprobó que podía confiar en José y en Nefi. José y Nefi sabían a nivel intelectual que podían confiar en el Señor, pero sus experiencias les enseñaron una nueva dimensión de la confianza (véase Alma 13:3, 7). Ellos tenían que aprender por la experiencia; tenían que pasar por ella o incorporarla a su carácter, aun como el Hijo del Hombre "por lo que padeció aprendió la obediencia" (Hebreos 5:8). Esto no significa, por supuesto, que Jesús primero fue desobediente. Sabemos que no lo fue. Pero hay un aspecto del conocimiento que se logra solamente mediante la experiencia. Una cosa es que tengamos la capacidad de ser dignos de confianza, y otra es haber pasado por la experiencia de probar que lo somos. Por eso, no hay substituto para la experiencia personal, o las pruebas que El Señor nos hace pasar.
Una persona de carácter no sólo testifica, sino que vive en armonía con su testimono. Martín Lutero demostró el principio de ser leal a sí mismo, cuando dijo ante sus acusadores: "Mi conciencia está atada por la palabra de Dios, y no puedo ni deseo retractarme de nada, pues no está bien actuar contra la propia conciencia. Que Dios me ayude. Amén". (Encyclopedia Britannica, 14th ed., vol. 14, p. 494). De ahí en adelante, Lutero tuvo que afrontar las consecuencias de esas palabras; su carácter lo exigía.
Cuando José Smith comparó su experiencia con la del Apóstol Pablo (y al hacerlo nos enseñó mucho sobre el carácter de ambos), dijo, refiriéndose a Pablo: "Vio una luz y oyó una voz... unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco... Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho". Entonces José Smith añadió su propio testimonio revelador, en cuanto a su experiencia personal: "Yo había visto una visión; yo lo sabía, y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo" (José smith-Historia 24,25). José Smith y el Apóstol Pablo eran hombres de noble y firme carácter, en quienes el Señor sabía que podía confiar sin importar a qué precio. En ambos casos, el precio fue el martirio.
El ser un miembro activo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, forma en el individuo un carácter cristiano, es decir, si su participación es por razones correctas. Y lo mismo se aplica a una misión de tiempo completo. Hace muchos años, el Presidente Harold B. Lee dio un discurso en la Universidad Brigham Young, en el que recalcó la idea de hacer las cosas por razones o motivos correctos.
El centró ese principio en el hecho de ir a la misión. Enumeró muchas razones equivocadas por las que podemos ir, tales como el deseo de ver el mundo, aprender otro idioma, satisfacer los deseos de los padres o la novia, y así sucesivamente.
Explicó que él sabía que muchos iban a la misión por motivos equivocados, aunque al estar allá aprendían y cambiaban a motivos correctos. No obstante, señaló el valor que tiene la motivación apropiada desde el principio.
La razón única y correcta de toda la actividad en la Iglesia es, por supuesto, la edificación del reino del Señor y el establecimiento de Sión. La verdadera motivación que hay detrás de esa razón es la caridad o el amor puro de Cristo, del que podemos llenarnos cuando nacemos de nuevo y recibimos el Espíritu Santo. Ese amor se recibe como un don de Dios, pero también tenemos que hacer nuestra parte.
Podríamos decir que el carácter es la cualidad que nos lleva a hacer siempre las cosas correctas por las razones correctas. Eso sería lo ideal tanto en tratos de dinero como en cosas espirituales. Si siempre hiciéramos eso, tanto el banquero como el Señor estarían complacidos.
Capacidad
La capacidad que el banquero trata de descubrir en su cliente es la habilidad comprobada de cumplir lo prometido. El carácter es la intención de cumplir. La capacidad es la habilidad para cumplir.
La capacidad que el Señor quiere que desarrollemos es la habilidad de obrar como siervos productivos. El Señor nos ha dado talentos, dones, bendiciones y oportunidades. Él espera que los magnifiquemos y los usemos en el servicio de los demás, para poder confiar en nosotros.
El siervo que había recibido cinco talentos, entregó diez y recibió este elogio: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré" (Mateo 25:21). El siervo que había recibido dos talentos, entregó cuatro, y recibió el mismo elogio que el primero. Pero el Señor castigó al siervo negligente que había recibido un talento, por no multiplicar lo que se le había dado.
El principio está claro: Al Señor le agrada ver que nuestra capacidad crezca, que se multiplique. Le complace ver que sus siervos multiplican lo que se les ha dado en cuestión de talentos o responsabilidades. Es evidente que también los presidentes de la Iglesia desean ver que los frutos del evangelio se multipliquen. Les agrada ver que se doble la cantidad de nuestros misioneros, el número de fieles miembros nuevos que entran a la Iglesia, la asistencia a la reunión sacramental, etcétera.
Yo creo que cada uno de nosotros tiene la sagrada responsabilidad de multiplicar su capacidad y actuación en toda forma posible. Al hacerlo, justificamos la confianza que el Señor deposita en nosotros como siervos suyos.
Hay muchos campos, aparte del servicio a la Iglesia, en que podemos y debemos mantener un constante esfuerzo para incrementar nuestra capacidad. Por ejemplo:
Podemos esforzarnos para aumentar nuestra capacidad profesional en nuestro trabajo.
Podemos esforzarnos para mejorar nuestra capacidad como padres y maestros.
Podemos multiplicar nuestra capacidad como misioneros al hacer las "preguntas de oro" y compartir el evangelio con todos.
Podemos elevar nuestra capacidad como ciudadanos informados, como vecinos cristianos al dar servicio a otros, etc.
Todo esto no sólo nos haría de mayor utilidad para el Señor, sino también nos abriría las puertas para recibir bendiciones materiales en nuestra vida. Los miembros activos de la Iglesia deben multiplicar tanto su capacidad espiritual como su capacidad temporal. Por eso es tan importante cumplir una misión. Una misión de la Iglesia desarrolla el tipo de capacidad que nos hace dignos de confianza ante el Señor.
Capital
El banquero también hace un inventario del capital del cliente. Quiere saber de ese capital por las siguientes razones:
I) Como una reserva de la que dispone el cliente para cumplir con los pagos en caso de que, debido a una emergencia, tenga que pagar de sus reservas y no de las ganancias producidas por el préstamo.
2) Como una medida de su seriedad en la empresa.
3) Como indicación de la valía total del cliente.
Ahora, considerando el lado espiritual de la moneda, podemos decir que el Señor busca en el individuo una reserva espiritual con la que pueda afrontar las emergencias que surgen en el reino. La total valía de un mayordomo, en sentido espiritual, incluye cosas tales como su buena relación con Dios y con los hombres, sus dones espirituales activos y su estado actual de dignidad, su independencia del vicio y del pecado, y de cualquier otra cosa que pudiera desmerecer su utilidad al Señor o a su Iglesia.
Por lo tanto, el capital espiritual es la acumulación moral que una persona ha logrado durante una vida justa. Ese capital constituye los bienes o reservas de los que puede hacer uso en tiempos de necesidad.
¿Cómo podemos desarrollar el capital y las reservas espirituales?
Debemos invertir tiempo estudiando las Escrituras y las palabras de nuestros profetas vivientes; debemos invertir comunicándonos constantemente con nuestro Padre Celestial; debemos invertir sirviendo a nuestros semejantes; debemos invertir amando al prójimo, incondicional y desinteresadamente; debemos invertir en la obra misional; debemos invertir siendo padres más sabios, e hijos más obedientes; debemos invertir multiplicando nuestra eficiencia en todo llamamiento.
Esas inversiones proporcionarán capital y reservas espirituales a tal grado que, en todo tipo de emergencia, el Señor podrá verdaderamente confiar en que venceremos las tentaciones y frustraciones del mundo.
Los pioneros mormones reunieron grandes reservas espirituales al invertir en el sacrificio. Pudieron enfrentar cualquier desafío porque sabían que sus vidas personales estaban en orden, y que eran favorecidos del cielo por los sacrificios que habían hecho al abandonar todo lo que tenían para poder seguir al Señor a través de sus profetas. Sufrieron persecuciones; salieron a cumplir misiones, dejando a sus familias, abandonaron tierras productivas y hogares establecidos para salir hacia los desiertos del oeste, o las frías montañas, para volver a empezar.
¿No sería maravilloso que el Señor pudiera decir de todos nosotros lo que dijo de un miembro en particular, en una revelación dada en Nauvoo en 1838:
"...mi siervo George Miller es sin engaño; se puede confiar en él por motivo de la integridad de su corazón; y por el amor que él tiene por mi testimonio, yo, el Señor, lo amo." (D. y C. 124:20).
La "C" de la Confianza es la misma del Carácter, la Capacidad y el Capital, ya sea que hablemos de la confianza en sentido temporal o espiritual.
En nuestros tratos diarios con nuestros semejantes debemos portarnos igual que como nos portamos con nuestros hermanos el domingo en la Iglesia; de lo contrario, somos hipócritas. Un hipócrita es un actor, representa un papel en la Iglesia y otro fuera de ella.
La palabra hipócrita viene etimológicamente de la palabra griega hypokrinesthai, que significa simular, o representar un papel; y se usaba la misma palabra para la actuación en el teatro.
La hipocresía destruye las almas. Seremos sabios si conservamos nuestras vidas sin hipocresía, viviendo siempre con la única mira de glorificar a Dios. Entonces más fácilmente vendrán a nosotros la paz y el éxito. Entonces nos sentiremos dignos de confianza. Como buenos banqueros, todos debemos evaluar con regularidad nuestro carácter, nuestra capacidad y nuestro capital.
El desenlace
El obispo, fiel a su sagrado llamamiento, es digno de confianza. Piensa que si pierde su casa... es asunto de este mundo. Pero si traiciona la confianza depositada en él...es asunto de la eternidad.
Si el Señor permite que su casa se pierda... ha de ser otra prueba más y ¡él ya decidió que va a pasar todas las pruebas que vengan!
¡Algunas pruebas son muy dolorosas!
Ya no es la casa; ni los diezmos; ni nada inmediato.
El dilema es un dilema para su alma.
Si Dios lo prueba así, como prueba a los fieles, será porque lo estará preparando para algo más importante en la vida. ¡El Señor jamás prueba innecesariamente! o sin propósito.
Como José en Egipto...
La decisión correcta puede ser la más dolorosa. La más difícil. Pero a la larga, es la única que da esperanza eterna.
El obispo sabe que quebrar su propio código es destruir el sentido de la vida.
El obispo, como Abraham, obedece sin pensar ya más en las consecuencias. Esas, las consecuencias, se las encarga a Dios.
El obispo deposita los diezmos (el sagrado sistema que el Señor ha instituido para edificar su reino sobre la tierra) y pone toda su confianza en Dios.
Porque Dios lo honró poniendo su confianza en él, y él sí es digno de confianza.
Es como un eco de la herencia cristiana, y una forma de decir que, aunque el dinero es esencial para el comercio, en quien verdaderamente confiamos es en Dios.
Ojalá que así fuera total y verdaderamente. Y mejor aún, ojalá que el otro lado de la moneda pudiera decir con verdad: "Y Dios confía en nosotros", porque la moneda de la confianza tiene dos caras, y sin la una, el mérito de la otra desmerece.
Porque para que la confianza en Dios sea efectiva nosotros debemos ser dignos de su confianza.
Nótese que son los hombres de quienes depende el resultado. El Señor siempre será digno de confianza absoluta; pero si deseamos recibir las bendiciones, debemos estar dispuestos a confiar y ser también dignos de confianza. Esa es una de las leyes que el Señor dio a este mundo (véase D. y C. 88:36-43).
El Señor bien podría hacer todas las cosas por nosotros, pero ello frustraría sus propósitos. Debemos entender que la manifestación de su bondad y bendiciones viene regularmente a través de nosotros mismos, es decir, en la medida que confiamos en Él y que merecemos su confianza.
El Señor desea que confiemos en Él y también desea que seamos dignos de su confianza, para poder encargarnos su obra. Uno de los propósitos principales en esta vida es que seamos probados:
"Y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare" (Abraham 3:25).
El Presidente David O. McKay citaba a menudo una frase que dice que ganarse la confianza de otros tiene más mérito que ganarse su amor. El autor de esa frase tuvo la bendición de poseer un gran entendimiento de la vida. Porque Dios nos ama a todos, pero solamente puede salvar a quienes confían en Él y quienes son dignos de su confianza. De cierta manera es como el banquero que puede extender crédito solamente a las personas en quienes él puede confiar, a pesar de lo mucho que pueda amar a los que no son dignos de su confianza.
Son las pruebas de la vida las que nos enseñan a confiar en Dios y a ser dignos de su confianza. El profeta José Smith señaló la necesidad de que seamos probados en todas las cosas, y que pasemos esas pruebas, pues así demostraremos al Señor que Él puede confiar en nosotros bajo cualquier circunstancia. El Profeta dijo:
Después que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, se bautiza para la remisión de ellos y recibe el Espíritu Santo (por la imposición de manos), que es el primer Consolador, entonces si continúa humillándose ante Dios, teniendo hambre y sed de justicia y viviendo de acuerdo con todas las palabras de Dios, el Señor le dirá dentro de poco: "Hijo, serás exaltado". Cuando el Señor lo haya probado en todas las cosas, y haya visto que aquél hombre está resuello a servirlo, pase lo que pase, ese hombre verá que su vocación y elección han sido confirmadas {Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 178).
Esas pruebas y los sacrificios que implican, enseñó el Profeta, son condiciones para la vida eterna.
Observemos aquí que una religión que no demanda el sacrificio absoluto de todas las cosas, tampoco tiene el poder para producir la fe necesaria para vida y salvación. Porque desde la primera etapa del hombre, la fe necesaria para gozar de vida y salvación jamás pudo obtenerse sin el sacrificio absoluto de todo lo terrenal.
Es por medio de ese sacrificio, y de ninguna otra manera, que Dios ha ordenado que los hombres gocen de vida eterna (Discursos sobre La Fe 6:7).
El Señor ama a todos sus hijos, pero algunos merecen más confianza que otros. El amor es un atributo del que ama y, una vez que se desarrolla, se da sin condiciones. Pero no así con la confianza. Únicamente un inexperto confiaría en alguien que no es de fiar, pues ello llevaría al desastre. ¿No sería maravilloso ser amado y a la vez ser digno de confianza? El Señor nos ha dado el Evangelio y la Iglesia como medios para lograr esa meta.
Se ha dicho que la verdadera valía de un hombre se puede medir, no por lo que tiene, sino por lo que le pueden prestar, o sea, hasta qué grado se le puede confiar el dinero de otras personas. Los banqueros usan una fórmula para determinar a quién pueden confiarle el dinero del banco. Creo que esa fórmula puede también aplicarse a la confianza espiritual o moral. De hecho, no veo cómo se podría diferenciar la integridad de una persona en funciones comerciales, personales o en la Iglesia, etcétera.
Usualmente manejamos los bienes del Señor igual que manejamos los nuestros. Entre los miembros de la Iglesia, una forma que el Señor usa para determinar si somos dignos de su confianza dentro del reino es ver lo que hacemos en nuestros asuntos personales. Jesús dijo:
Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.
Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?
Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? (Lucas 16:9-12).
Tengamos en mente que el pasaje anterior tiene implicaciones eternas, así como temporales. Si no somos dignos de confianza en las cosas telestiales, ¿quién nos va a confiar jamás las cosas celestiales?
La fórmula bancaria para determinar si se le puede confiar a alguien el dinero del banco consiste en examinar el carácter, capacidad y capital del solicitante. De manera semejante, el Señor analiza esas tres características para damos sus bendiciones y su confianza.
Al llamar pastores para guiar al rebaño, los siervos del Señor también deben examinar, hasta donde lo permitan las circunstancias, el carácter, la capacidad y el "capilar de los que son llamados.
Tal vez no nos damos cuenta, pero en las reuniones de líderes en la Iglesia, tarde o temprano, a todos se nos menciona y se nos considera para los llamamientos necesarios. En esas reuniones se habla de nosotros, con amabilidad y gran comprensión, con respecto a nuestro carácter, capacidad y "capital". Por supuesto, la razón principal de considerar nuestro nombre es que los líderes de la Iglesia constantemente andan buscando más líderes que estén preparados para servir en la obra del Señor.
En gran parte, liderismo significa gente de confianza. Por eso la búsqueda de líderes es una evaluación ferviente y cuidadosa del carácter, capacidad y capital moral de los miembros de un barrio o rama. Podríamos decir que los banqueros espirituales están en una "junta sobre préstamos" para determinar quién es digno de un "préstamo espiritual". Es decir, a quién se le pueden confiar los asuntos del Señor.
Carácter
Un banquero temporal es un mayordomo que a su cargo tiene el dinero que regularmente no le pertenece, pero por el cual es responsable. Por eso debe tomar toda precaución posible para otorgar préstamos únicamente a quienes pueden y estén dispuestos a pagar.
El banquero espiritual es un mayordomo de la reputación del nombre de la Iglesia de nuestro Salvador. Ese nombre debe permanecer limpio de vergüenza o difamación ante el mundo, por lo que los mayordomos de la Iglesia deben tomar toda precaución razonable para extender llamamientos únicamente a aquéllos en quienes se puede confiar que mantendrán sagrado el nombre de la Iglesia de Cristo. Y es un placer decir, y hemos de reconocer, que en su mayoría los que son llamados cumplen bien con su cometido.
Un banquero tiene que examinar el carácter del solicitante de un préstamo en términos muy parecidos a los que usa David en el Salmo 15:1-4:
Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo?
El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón...
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia.
¿Quién morará en tu monte santo?
El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón...
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia.
La persona que solicita un préstamo, promete pagarlo. Pero a veces fracasa el negocio en el que se invirtió ese dinero: las cosechas pueden perderse; la empresa comercial no tiene el éxito esperado, etcétera. Es entonces que ha "jurado en daño suyo". La persona honrada "no por eso cambia", sino que paga el préstamo tan pronto como le es posible. Un banquero debe poder sentir que está tratando con esa clase de persona, o sea, con alguien que no faltará a sus compromisos ni saldrá con la excusa de que el préstamo no le sirvió, y que pagarlo le va a salir más caro de lo que se imaginaba. Si el banquero duda de la base moral del solicitante y piensa que éste pagará sólo cuando las cosas salgan bien, no lo considerará digno de confianza y no se otorgará el préstamo.
Desde luego, el Señor nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos. Y su deseo, su obra y su gloria es darnos la vida eterna y la inmortalidad, y todo lo que Él tiene. Por eso nos trata como si fuera un banquero, siempre procurando determinar hasta qué grado puede confiar en nosotros. El Señor necesita saber si puede confiar en que haremos lo correcto, no importa bajo qué circunstancias nos encontremos. Y cuando determina que somos dignos de confianza a cierto nivel, nuestra "línea de crédito" aumenta poco a poco, conforme nos va probando.
Por ejemplo, José, cuando fue vendido en Egipto, trabajó al servicio de Potifar, y fue ascendiendo hasta llegar a ser el mayordomo. Pero la esposa de Potifar se enamoró de José e intentó convencerlo de pecar. José se encontraba lejos de su familia y de su hogar, no sabía siquiera si los volvería a ver; absolutamente nadie sabría o le importaría si él mantenía sus principios morales. Rendirse ante el pecado y los deseos de la esposa de Potifar hubiera sido una salida fácil para su dilema. Por otra parte, él era un esclavo de confianza. Esclavo, es cierto, pero un esclavo de confianza. Potifar le había confiado todo lo que poseía. Sin embargo, si José desdeñaba a esa mujer, se ganaría una enemiga en la casa de su amo.
José fue fiel a su noble carácter y a las enseñanzas de su padre; no vaciló; huyó del pecado. La cárcel fue el resultado, porque la esposa de Potifar lo acusó de intentar abusar de ella, y como evidencia mostró la ropa que José dejó al huir. José pagó caro el precio de la pureza; no obstante, haber obrado de otro modo hubiera mellado grande y trágicamente su carácter. Siendo así, el Señor se hubiera rehusado, años más tarde, a confiarle la salvación de la casa de Israel. Hubiera quedado en el olvido, en vez de ser considerado por futuros profetas como un prototipo de Cristo.
Como otro ejemplo clásico tenemos a Nefi, cuya fortaleza de carácter lo hizo obedecer un mandamiento y emprender una misión muy peligrosa. Fácilmente pudo haber sido asesinado por el malvado Labán, cuando regresó a Jerusalén para obtener las planchas. Aún así, sabiendo bien que el Señor prepararía la vía para que pudiera obtener las planchas, el no obedecer hubiera manchado su carácter.
El Señor comprobó que podía confiar en José y en Nefi. José y Nefi sabían a nivel intelectual que podían confiar en el Señor, pero sus experiencias les enseñaron una nueva dimensión de la confianza (véase Alma 13:3, 7). Ellos tenían que aprender por la experiencia; tenían que pasar por ella o incorporarla a su carácter, aun como el Hijo del Hombre "por lo que padeció aprendió la obediencia" (Hebreos 5:8). Esto no significa, por supuesto, que Jesús primero fue desobediente. Sabemos que no lo fue. Pero hay un aspecto del conocimiento que se logra solamente mediante la experiencia. Una cosa es que tengamos la capacidad de ser dignos de confianza, y otra es haber pasado por la experiencia de probar que lo somos. Por eso, no hay substituto para la experiencia personal, o las pruebas que El Señor nos hace pasar.
Una persona de carácter no sólo testifica, sino que vive en armonía con su testimono. Martín Lutero demostró el principio de ser leal a sí mismo, cuando dijo ante sus acusadores: "Mi conciencia está atada por la palabra de Dios, y no puedo ni deseo retractarme de nada, pues no está bien actuar contra la propia conciencia. Que Dios me ayude. Amén". (Encyclopedia Britannica, 14th ed., vol. 14, p. 494). De ahí en adelante, Lutero tuvo que afrontar las consecuencias de esas palabras; su carácter lo exigía.
Cuando José Smith comparó su experiencia con la del Apóstol Pablo (y al hacerlo nos enseñó mucho sobre el carácter de ambos), dijo, refiriéndose a Pablo: "Vio una luz y oyó una voz... unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco... Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho". Entonces José Smith añadió su propio testimonio revelador, en cuanto a su experiencia personal: "Yo había visto una visión; yo lo sabía, y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo" (José smith-Historia 24,25). José Smith y el Apóstol Pablo eran hombres de noble y firme carácter, en quienes el Señor sabía que podía confiar sin importar a qué precio. En ambos casos, el precio fue el martirio.
El ser un miembro activo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, forma en el individuo un carácter cristiano, es decir, si su participación es por razones correctas. Y lo mismo se aplica a una misión de tiempo completo. Hace muchos años, el Presidente Harold B. Lee dio un discurso en la Universidad Brigham Young, en el que recalcó la idea de hacer las cosas por razones o motivos correctos.
El centró ese principio en el hecho de ir a la misión. Enumeró muchas razones equivocadas por las que podemos ir, tales como el deseo de ver el mundo, aprender otro idioma, satisfacer los deseos de los padres o la novia, y así sucesivamente.
Explicó que él sabía que muchos iban a la misión por motivos equivocados, aunque al estar allá aprendían y cambiaban a motivos correctos. No obstante, señaló el valor que tiene la motivación apropiada desde el principio.
La razón única y correcta de toda la actividad en la Iglesia es, por supuesto, la edificación del reino del Señor y el establecimiento de Sión. La verdadera motivación que hay detrás de esa razón es la caridad o el amor puro de Cristo, del que podemos llenarnos cuando nacemos de nuevo y recibimos el Espíritu Santo. Ese amor se recibe como un don de Dios, pero también tenemos que hacer nuestra parte.
Podríamos decir que el carácter es la cualidad que nos lleva a hacer siempre las cosas correctas por las razones correctas. Eso sería lo ideal tanto en tratos de dinero como en cosas espirituales. Si siempre hiciéramos eso, tanto el banquero como el Señor estarían complacidos.
Capacidad
La capacidad que el banquero trata de descubrir en su cliente es la habilidad comprobada de cumplir lo prometido. El carácter es la intención de cumplir. La capacidad es la habilidad para cumplir.
La capacidad que el Señor quiere que desarrollemos es la habilidad de obrar como siervos productivos. El Señor nos ha dado talentos, dones, bendiciones y oportunidades. Él espera que los magnifiquemos y los usemos en el servicio de los demás, para poder confiar en nosotros.
El siervo que había recibido cinco talentos, entregó diez y recibió este elogio: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré" (Mateo 25:21). El siervo que había recibido dos talentos, entregó cuatro, y recibió el mismo elogio que el primero. Pero el Señor castigó al siervo negligente que había recibido un talento, por no multiplicar lo que se le había dado.
El principio está claro: Al Señor le agrada ver que nuestra capacidad crezca, que se multiplique. Le complace ver que sus siervos multiplican lo que se les ha dado en cuestión de talentos o responsabilidades. Es evidente que también los presidentes de la Iglesia desean ver que los frutos del evangelio se multipliquen. Les agrada ver que se doble la cantidad de nuestros misioneros, el número de fieles miembros nuevos que entran a la Iglesia, la asistencia a la reunión sacramental, etcétera.
Yo creo que cada uno de nosotros tiene la sagrada responsabilidad de multiplicar su capacidad y actuación en toda forma posible. Al hacerlo, justificamos la confianza que el Señor deposita en nosotros como siervos suyos.
Hay muchos campos, aparte del servicio a la Iglesia, en que podemos y debemos mantener un constante esfuerzo para incrementar nuestra capacidad. Por ejemplo:
Podemos esforzarnos para aumentar nuestra capacidad profesional en nuestro trabajo.
Podemos esforzarnos para mejorar nuestra capacidad como padres y maestros.
Podemos multiplicar nuestra capacidad como misioneros al hacer las "preguntas de oro" y compartir el evangelio con todos.
Podemos elevar nuestra capacidad como ciudadanos informados, como vecinos cristianos al dar servicio a otros, etc.
Todo esto no sólo nos haría de mayor utilidad para el Señor, sino también nos abriría las puertas para recibir bendiciones materiales en nuestra vida. Los miembros activos de la Iglesia deben multiplicar tanto su capacidad espiritual como su capacidad temporal. Por eso es tan importante cumplir una misión. Una misión de la Iglesia desarrolla el tipo de capacidad que nos hace dignos de confianza ante el Señor.
Capital
El banquero también hace un inventario del capital del cliente. Quiere saber de ese capital por las siguientes razones:
I) Como una reserva de la que dispone el cliente para cumplir con los pagos en caso de que, debido a una emergencia, tenga que pagar de sus reservas y no de las ganancias producidas por el préstamo.
2) Como una medida de su seriedad en la empresa.
3) Como indicación de la valía total del cliente.
Ahora, considerando el lado espiritual de la moneda, podemos decir que el Señor busca en el individuo una reserva espiritual con la que pueda afrontar las emergencias que surgen en el reino. La total valía de un mayordomo, en sentido espiritual, incluye cosas tales como su buena relación con Dios y con los hombres, sus dones espirituales activos y su estado actual de dignidad, su independencia del vicio y del pecado, y de cualquier otra cosa que pudiera desmerecer su utilidad al Señor o a su Iglesia.
Por lo tanto, el capital espiritual es la acumulación moral que una persona ha logrado durante una vida justa. Ese capital constituye los bienes o reservas de los que puede hacer uso en tiempos de necesidad.
¿Cómo podemos desarrollar el capital y las reservas espirituales?
Debemos invertir tiempo estudiando las Escrituras y las palabras de nuestros profetas vivientes; debemos invertir comunicándonos constantemente con nuestro Padre Celestial; debemos invertir sirviendo a nuestros semejantes; debemos invertir amando al prójimo, incondicional y desinteresadamente; debemos invertir en la obra misional; debemos invertir siendo padres más sabios, e hijos más obedientes; debemos invertir multiplicando nuestra eficiencia en todo llamamiento.
Esas inversiones proporcionarán capital y reservas espirituales a tal grado que, en todo tipo de emergencia, el Señor podrá verdaderamente confiar en que venceremos las tentaciones y frustraciones del mundo.
Los pioneros mormones reunieron grandes reservas espirituales al invertir en el sacrificio. Pudieron enfrentar cualquier desafío porque sabían que sus vidas personales estaban en orden, y que eran favorecidos del cielo por los sacrificios que habían hecho al abandonar todo lo que tenían para poder seguir al Señor a través de sus profetas. Sufrieron persecuciones; salieron a cumplir misiones, dejando a sus familias, abandonaron tierras productivas y hogares establecidos para salir hacia los desiertos del oeste, o las frías montañas, para volver a empezar.
¿No sería maravilloso que el Señor pudiera decir de todos nosotros lo que dijo de un miembro en particular, en una revelación dada en Nauvoo en 1838:
"...mi siervo George Miller es sin engaño; se puede confiar en él por motivo de la integridad de su corazón; y por el amor que él tiene por mi testimonio, yo, el Señor, lo amo." (D. y C. 124:20).
La "C" de la Confianza es la misma del Carácter, la Capacidad y el Capital, ya sea que hablemos de la confianza en sentido temporal o espiritual.
En nuestros tratos diarios con nuestros semejantes debemos portarnos igual que como nos portamos con nuestros hermanos el domingo en la Iglesia; de lo contrario, somos hipócritas. Un hipócrita es un actor, representa un papel en la Iglesia y otro fuera de ella.
La palabra hipócrita viene etimológicamente de la palabra griega hypokrinesthai, que significa simular, o representar un papel; y se usaba la misma palabra para la actuación en el teatro.
La hipocresía destruye las almas. Seremos sabios si conservamos nuestras vidas sin hipocresía, viviendo siempre con la única mira de glorificar a Dios. Entonces más fácilmente vendrán a nosotros la paz y el éxito. Entonces nos sentiremos dignos de confianza. Como buenos banqueros, todos debemos evaluar con regularidad nuestro carácter, nuestra capacidad y nuestro capital.
El desenlace
El obispo, fiel a su sagrado llamamiento, es digno de confianza. Piensa que si pierde su casa... es asunto de este mundo. Pero si traiciona la confianza depositada en él...es asunto de la eternidad.
Si el Señor permite que su casa se pierda... ha de ser otra prueba más y ¡él ya decidió que va a pasar todas las pruebas que vengan!
¡Algunas pruebas son muy dolorosas!
Ya no es la casa; ni los diezmos; ni nada inmediato.
El dilema es un dilema para su alma.
Si Dios lo prueba así, como prueba a los fieles, será porque lo estará preparando para algo más importante en la vida. ¡El Señor jamás prueba innecesariamente! o sin propósito.
Como José en Egipto...
La decisión correcta puede ser la más dolorosa. La más difícil. Pero a la larga, es la única que da esperanza eterna.
El obispo sabe que quebrar su propio código es destruir el sentido de la vida.
El obispo, como Abraham, obedece sin pensar ya más en las consecuencias. Esas, las consecuencias, se las encarga a Dios.
El obispo deposita los diezmos (el sagrado sistema que el Señor ha instituido para edificar su reino sobre la tierra) y pone toda su confianza en Dios.
Porque Dios lo honró poniendo su confianza en él, y él sí es digno de confianza.
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